¿Quién? ¿Yo?
(4to Domingo de Adviento: 2 Samuel 7:1-16; Romanos 16:25-27; Lucas 1:26-38)
Cuando vieron por primera vez un globo de luz en el lugar donde habían comido su almuerzo de pan y queso, Maximino le dijo a Melania que agarrara bien su bastón, en caso de peligro. Estaban aterrorizados.
La Bella Señora comprendió el miedo de los niños. Ella, también, se “quedó desconcertada” con el saludo del ángel. Así hizo con los niños lo que el Ángel había hecho por ella, diciéndoles: “No tengan miedo” y explicándoles el propósito de su venida.
¿Alguna vez fantaseaste sobre cómo reaccionarias tú mismo si te encontraras en una situación similar? Pudieras pensar, ¿Qué? ¿Quién? ¿Yo? ¡Esto no es posible!
Pero miremos a los patriarcas, a los profetas y a los apóstoles. Algunos se sintieron indignos de su llamado, o no preparados, y hasta temerosos; pero ninguno de ellos dudó de la autenticidad de dicho llamado. Aunque algunos tambalearon al caminar, todos menos uno, permanecieron fieles.
Miremos al Rey David. En nuestra primera lectura, como en muchos otros lugares, Dios lo llama “mi servidor David”, como sabemos, él tenía serios defectos y había cometido pecados graves. Ser absolutamente perfecto claramente no es una condición previa para servir al Señor.
El Salmo de hoy describe la promesa de Dios a David como sigue: “Yo sellé una alianza con mi elegido, hice este juramento a David, mi servidor: Estableceré tu descendencia para siempre, mantendré tu trono por todas las generaciones”. El ángel en el Evangelio declara que aquellas palabras se cumplen en Jesús: “Su reino no tendrá fin”.
Parafraseando la oración inicial de hoy, reconocemos que Dios ha derramado la gracia de la reconciliación en los corazones de aquellos que han respondido a la invitación de Nuestra Señora de La Salette de “acercarse”. Ella nos invita a tener corazones que pertenezcan íntegramente al Señor, como dicen las Escrituras acerca de David (1 Reyes 11:4) esa es nuestra parte en la relación del pacto.
Entonces estaremos listos para emprender la obra de Dios, confiada a nosotros, aun conociendo él nuestras faltas más que nosotros mismos.
María nos ha dado el ejemplo. Su sí al ángel cambió el mundo. Nosotros podemos decirle sí, procediendo según sus palabras y esperando hacer la diferencia. ¿Quién? ¡Tú!
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.