Carta - Páscoa 2024
Santa Páscoa 2024 “Nosso Redentor ressuscitou dos mortos: cantemos hinos ao Senhor nosso Deus, Aleluia”   (Da liturgia) Queridos irmãos, com a chegada da Santa Páscoa, gostaria de chegar idealmente a cada um de... Czytaj więcej
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Fortaleza en la Debilidad
(14to Domingo del Tiempo Ordinario: Ezequiel 2:2-5; 2 Corintios 12:7-10; Marcos 6:1-6)
A menudo experimentamos nuestras propias lágrimas como signo de debilidad o de vulnerabilidad. Luchamos contra ellas, las escondemos si podemos. En muchas culturas es extremadamente raro que los adultos lloren frente a otras personas, y solamente una tristeza o un dolor intenso pueden hacer que algo así llegue a suceder.
En La Salette, la Santísima Virgen se dejó ver derramando lágrimas. Lejos de mostrar debilidad, esas lágrimas son, sin embargo, uno de los aspectos más fuertes de la Aparición, algo que llama la atención de manera especial.
Cuando estamos en la presencia de alguien que llora, casi siempre queremos encontrar una manera de reconfortar o consolarlo. Pero María dijo, “Por mucho que recen, por mucho que hagan, jamás podrán recompensarme por el trabajo que he emprendido en favor de ustedes. Ante semejantes palabras nosotros mismo nos sentimos impotentes.
Sin embargo, San Pablo nos anima cuando escribe, “Cuando soy débil, entonces es que soy fuerte” En la noción de debilidad el incluye “insultos, dificultades, persecuciones y carencias”, lo que Jesús mismo experimentó volviendo a su tierra y cuando a Ezequiel se le dijo lo que podría esperar como profeta.
Este es el contexto en que San Pablo cita las palabras que le dijo el Señor: “Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad”. En otras palabras, la fuente de nuestra fortaleza no está y no puede estar en nosotros mismos.
Cuando la Bella Señora nos llama a la conversión, resalta la oración y la Misa porque son el mejor medio para recibir del Señor la fortaleza que puede venir solamente de El – la fortaleza para hacer los cambios necesarios en nuestra vida, para aceptar las contrariedades o el rechazo que ello puede implicar. Si confiamos en nuestros propios esfuerzos, fracasaremos.
Lo más difícil para nosotros es rendirnos. No significa abandonar la esperanza, sino darnos cuenta de cuan débiles somos. Es doloroso. Nos puede llevar a derramar lágrimas.
En los confesionarios de los Santuarios de La Salette, a menudo encontramos penitentes que lloran cuando confiesan sus luchas con el pecado. Se disculpan por sus lágrimas, pero uno de nuestros sacerdotes ha aprendido a decirles, “Esto es La Salette, las lágrimas son bien acogidas aquí.”
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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La Muerte, le Fe, la Vida
(13er Domingo del Tiempo Ordinario: Sabiduría 1:13-15 & 2:23-24; 2 Corintios 8:7-15; Marcos 5:21-43)
El libro de Sabiduría da cuenta de la muerte como un hecho triste de la vida. Nuestra Señora de La Salette entre lágrimas nos trae a la mente la muerte de los niños en las manos de las personas que los sostienen. Nosotros también, entendemos de manera instintiva que esto no es como se suponía que fueran las cosas.
En el Evangelio de hoy dos personas con necesidades apremiantes que se acercan a Jesús. Jairo desesperadamente quiere que su hija viva. La mujer en medio de la multitud había estado enferma durante doce años y quiere vivir una vida normal. Ambos se acercan a Jesús porque creen en su poder para sanar.
Pero la reacción inmediata después de cada uno de los milagros no es la que uno podría esperar. La mujer enferma intenta pasar desapercibida entre la multitud, pero se siente obligada a acercarse a Jesús “temblando de miedo” para decirle “toda la verdad” y sintiéndose culpable. Luego cuando Jesús hace que la niña de doce años se levante, sus padres y unos cuantos discípulos presentes estaban “llenos de asombro” como si no creyesen que aquello fuera posible.
¿Quiere decir esto que la fe que tenían no era sincera? De ningún modo. Era real, pero quizás estaban “esperando contra toda esperanza” (ver Romanos 4:18), como Abraham, modelo de fe. Es por eso que Jesús anima a Jairo: “No temas, basta que creas.”
Cuando la Bella Señora enumeró los males que afligían a su pueblo, lloró también como respuesta a sus sufrimientos. En lugar de acudir a Dios por medio de la fe, su pueblo dejó de lado la esperanza, pronunciando blasfemias cuando debían estar orando.
Las lágrimas de María reflejan las palabras de la Sabiduría, “Dios no es el autor de la muerte ni se goza en la destrucción de los vivientes” Encontramos lo mismo en Ezequiel 33:11, “No me regocijo en la muerte del malvado, sino en que se convierta y que viva.” Ella quiso que su pueblo entendiera que “La ira de Dios dura solo un instante, y su bondad toda la vida” como leemos en el Salmo de hoy.
Cuando estamos abiertos a experimentar la gran bondad de Dios, especialmente en los momentos difíciles, podemos revivir y unirnos al salmista (y a la mujer enferma, y a Jairo) cantando con ellos: “Cambiaste mi duelo en danza; Oh Señor, mi Dios, te daré gracias por siempre.”
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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Llamados desde el nacimiento

(Nacimiento de Juan Bautista: Isaías 49:1-6; Hechos 13:22-26: Lucas 1: 57-77, 80)

Los vecinos de Isabel y su parentela se preguntaban acerca de lo que llegaría a ser su hijo. Ahora sabemos su historia. Su rol era el de ir delante del Señor para prepararle el camino. Era bien consciente de no ser digno. Parece que hasta atravesó por un momento en que sentía que estaba compartiendo el sentir del siervo de Dios en Isaías: “Yo dije: "En vano me fatigué, para nada, inútilmente he gastado mi fuerza".”

Melania Mathieu y Maximino Giraud, fueron, podríamos decir, llamados desde el día de su nacimiento para anunciar el acontecimiento de La Salette. Posteriormente sus vidas se tornaron inestables, en parte porque la gente que los rodeaba pensaba que ellos debían tener un destino vocacional en la Iglesia. Estaban dispuestos a intentarlo, pero ninguno de los dos tuvo éxito.

Partiendo de descripciones contemporáneas de Maximino, él podría haber sido lo que entendemos hoy como autista, incapaz de quedarse quieto. Nunca pudo establecerse en ninguno de los trabajos que buscó y a menudo se encontraba profundamente endeudado. Murió en 1875, tenía solamente 40 años.

Melania era taciturna y extremadamente tímida, pero con el tiempo hubo un cambio en cuanto a su relación con la Aparición, conforme se iba convirtiendo cada vez más en el centro de la atención. Más tarde en su vida, ella publicó uno escritos describiendo su infancia como si fuera una mística, en términos que no tenían nada en común con ninguno de los documentos previos a cerca de la Aparición y sus testigos.

Mi propósito aquí no es el de enfocarme en decir que Melania y Maximino no eran dignos. Nada de eso. Como Juan Bautista, ellos no eran dignos de la vocación que recibieron. Sin ningún mérito de su parte eran destinatarios del favor y del plan de Dios.

Sí, estamos llamados a ser santos. Eso no cambia quienes somos. Los defectos que tenían los niños aportaron credibilidad a sus relatos. En su ignorancia eran incapaces de inventar semejante historia, mucho menos un mensaje como aquel, y en un idioma que ¡apenas conocían! Pero la sencillez, la humildad y la constancia al relatar la historia hicieron de ellos aún más dignos de confianza.

Nadie podría haber predicho con respecto a lo que se convertirían sus vidas después de la Aparición. Pero ahora conocemos sus historias. En el centro de esta historia está el encuentro con lo divino, al que ellos fueron destinados por Dios, y la fidelidad a la misión recibida, a pesar de los defectos que tenían. Los testigos de la Bella Señora son buenos modelos para nosotros.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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La Obra de Dios
(Decimo primer Domingo del tiempo Ordinario: Ezequiel 17:22-24; 2 Corintios 5:6-10; Marcos 4:26-34)
La esposa de un granjero me dijo una vez que la única forma legal de apostar en su estado era la agricultura. Jesús, por otro lado, nos presenta el trabajo de la tierra como un acto de fe. La semilla puesta en la tierra se transforma misteriosamente a la manera determinada por el creador para producir el fruto y la sombra. Es obra de Dios. Así tal cual es el Reino de Dios.
Nada de eso se perdía en las comunidades alrededor de La Salette en 1846. La agricultura era todo para ellos, y como nunca, se convirtió en una apuesta, con la pérdida de los dos alimentos básicos de su dieta, el trigo y las papas.
“Si tienen trigo”, María dijo en La Salette, “no deben sembrarlo. Todo lo que siembren se lo comerán los insectos, y lo que salga se convertirá en polvo cuando lo sacudan”. Los profesores del seminario mayor de Grenoble, escribiéndole al Obispo en Diciembre de 1846, encontraron esto perturbador. “Esta recomendación parece sospechosa, contrario a las reglas de la prudencia y a las leyes del Creador… ¿Ella realmente prohibió la siembra?”
La prensa secular dijo que semejante idea era un abuso de la autoridad eclesial que servía para atemorizar a la parte “menos ilustrada” de la población.
Es verdad que, tomadas fuera de contexto, las palabras de María parecían casi crueles. Pero debemos tener presente toda la Aparición y el mensaje.
Veamos la segunda lectura, San Pablo dice que “todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo, para recibir el premio o el castigo por lo que hayamos hecho en esta vida, ya sea bueno o malo” Este no es un pasaje popular. Pero es un recordatorio, un llamado a poner en consideración nuestro estilo de vida. Aquí San Pablo está reforzando lo que ya había dicho algunos versículos antes. “Andamos por fe, no por vista”
Dios dice por medio de Exequiel que el plantará un magnifico cedro en la montaña más alta de Israel, que producirá frutos y dará cobijo a las aves. El restaurará la gloria de Israel, y lo hará de nuevo un pueblo fiel. “Yo, el Señor, lo he dicho y lo haré”.
Las palabras de María se encaminan dentro de la misma tradición profética. Podemos ser fieles, podemos andar por fe, si nos ofrecemos en sumisión de fe (ver también Hebreos 11). El resto (la plantación, el crecimiento, los frutos) es obra de Dios.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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