La Rendición de Cuentas
(28avo Domingo del Tiempo Ordinario: Sabiduría 7:7-11; Hebreos 4:12-13; Marcos 10:17-30)
La Carta a los Hebreos nos recuerda: “Todo está desnudo y descubierto a los ojos de aquel a quien debemos rendir cuentas”. Sí, sabemos que habrá un tiempo para el juicio, tanto como sabemos que un día moriremos, pero preferimos no entretenernos con esas cosas.
En finanzas, la rendición de cuentas incluye un informe de ingresos y egresos. Pero ¿Cómo se hace la evaluación de ese informe? Comparándolo con el presupuesto. Ese es el criterio para determinar el buen estado fiscal.
El breve texto de los Hebreos resume el “presupuesto” con la expresión, “la palabra de Dios.” Seremos juzgados según una vida vivida en respuesta a la palabra de Dios.
Nuestra Señora de La Salette hace alusión al “presupuesto” cuando se refiere a los mandamientos, de los cuales la mayoría de los cristianos considera como el primer criterio para la rendición de cuentas que se debe dar a Dios. La mayoría de nosotros los memorizamos de pequeños; yo aun me acuerdo de una versión cantada que aprendí en la escuela primaria ¡allá por los años 50!
Pero la palabra de Dios es mucho más que los Diez Mandamientos. La Sabiduría se plantea como la última meta a alcanzar en gran parte del Antiguo Testamento, la más alta expresión de la palabra de Dios. La mejor maestra en los caminos de Dios. Sus alabanzas se cantan en la primera lectura.
En el Nuevo Testamento, los criterios para nuestra rendición de cuentas son muy numerosos como para contarlos. El Sermón de la Montaña viene inmediatamente a nuestra mente, especialmente las bienaventuranzas. El Evangelio de hoy nos enseña acerca del peligro que conlleva el estar demasiado apegados a las riquezas materiales.
Salomón declara: “Supliqué, “y descendió sobre mí el espíritu de la Sabiduría”. En 1 Reyes 3, 11-12, Dios lo felicita por no pedir larga vida, ni riquezas, etc., sino el discernimiento para saber lo que es correcto. Así que Dios le otorga lo que había pedido.
Subyace en todos estos textos el deseo de conocer la voluntad de Dios para poder cumplirla. Era la falta de este deseo que nuestra Madre María observó entre su pueblo, y vino a La Salette con la esperanza de abrirle los oídos a la palabra de Dios, sus ojos a las obras de Dios, su corazón a la voluntad de Dios.
Únicamente en este sentido podemos comprometernos a vivir una vida cristiana y estar listos para planificar nuestro “presupuesto” en vistas de la rendición final de cuentas.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.