Profetas todos
(26to Domingo Ordinario: Números 11:25-29; Santiago 5:1-6; Marcos 9:38-48)
En el rito del Bautismo, somos ungidos con el santo crisma, un aceite que simboliza que ahora somos uno con Cristo, el ungido como Sacerdote, Profeta y Rey.
El sacerdocio de los fieles significa que hemos sido hechos dignos de ofrecer una verdadera adoración. ¿Pero de qué modo somos profetas? ¿Puedes verte a ti mismo como profeta hoy? ¿Te muestras ansioso, como Isaías, o, como Jonás, listo para escapar?
En la primera lectura se nos dice. “El Señor tomó algo del espíritu que estaba sobre él (Moisés) y lo infundió a los setenta ancianos. Y apenas el espíritu se posó sobre ellos, comenzaron a hablar en éxtasis”. ¿Qué exactamente hicieron? No lo sabemos; pero sea lo que fuere, fue obra del mismo espíritu que Dios había dado a Moisés.
Si hubiesen hablado, seguramente habría sido para el bien de los demás, proclamando la voluntad de Dios y sus maravillas. María, la llena de gracia desde el momento de su concepción, estuvo presente con los Apóstoles en Pentecostés. ¿Quién pudiera estar más dispuesta que ella a la acción del Espíritu?
Ella fue impulsada por el Espíritu — ¿Seriamos capaces de dudarlo? — a venir a La Salette con un rol profético. Ella compartió un poco de su espíritu con aquellos niños que no tenían ninguna preparación para la misión que les había confiado, para que pudieran dar a conocer el mensaje desafiante y alentador de la reconciliación y de la conversión, para que todo su pueblo pudiera volver a su Hijo Crucificado.
En el Evangelio, Jesús no se atribuye a sí mismo su propio poder. Su actitud, “el que no está contra nosotros, está con nosotros”, es parecida a la de Moisés en la primera lectura: “¡Ojalá todos fueran profetas en el pueblo del Señor!”.
El Salmista ora, “Presérvame, además, del orgullo, para que no me domine”. En el bautismo renunciamos a Satanás y a todas sus obras. Pero, para un profeta no es suficiente con ser inocente. Tenemos que vivir el mensaje que proclamamos. Debemos ser fieles compartiendo el espíritu que nos ha sido dado.
Como laicos saletenses, Hermanas y Misioneros, hemos recibido el espíritu de la Bella Señora. Profetizamos de muchas y variadas maneras. ¿Podemos ser tan atrevidos como para insinuar que el escribir estas humildes reflexiones semanales podría tener algo que ver con semejante obra misionera?
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.