El Arca de la Alianza
(La Asunción: 1 Cron. 15:3-4,15-16 a 16:1-2; 1 Cor. 15:54-57; Lucas 11:27-28. NOTA: Estas lecturas son de la Misa de la Vigilia)
¡Este era un día de gran fiesta en Jerusalén! El Arca de la Alianza volvía a casa, según lo relata la primera lectura, “al lugar que David le había preparado”. Hoy celebramos a María, el Arca de la Nueva Alianza, al ser ascendida al lugar que el Padre le había preparado en el cielo.
Así como el Arca fabricada por Moisés era un gran signo de la presencia de Dios en medio de su pueblo, así el vientre de la Virgen trajo al Hijo de Dios a habitar entre nosotros. En el Evangelio de hoy, una mujer de entre la multitud le gritó a Jesús, diciendo, “¡Feliz el seno que te llevó!” Ella era quizá la primera en cumplir la mismísima profecía de la Virgen, pronunciada en su Magníficat: “Desde ahora me felicitarán todas las generaciones”.
Es porque María fue asunta al cielo que tenemos su aparición en La Salette (entre otras). Su luminosidad como la Reina del Cielo, es la luz de Cristo que resplandece desde ella. Todo en la Aparición apunta a Cristo en último término. Aquí, también, ella es el Arca, trayendo a su hijo entre su pueblo una vez más.
En la Bella Señora resuena el eco de la respuesta de Jesús a la mujer del Evangelio, “Felices los que escuchan la Palabra de Dios y la practican”, en sus propias palabras, “Si se convierten”. Ella promete toda clase de bendiciones, y misericordia en abundancia.
La Asunción refleja las palabras de San Pablo en la segunda lectura, “La muerte ha sido vencida”. La Salette muestra la trágica conexión entre pecado y muerte, pero al mismo tiempo ofrece los medios para vencerlos. ¿De qué modo participamos de esta victoria? Un buen lugar para comenzar es observando los mandamientos preservados en tablas de piedra en el Arca de la Alianza original.
Si ya has estado en La Salette y participado de la procesión nocturna con velas, probablemente experimentaste un entusiasmo especial que acompaña el canto del Ángelus de La Salette al finalizar el ritual. Es como la orden que dio David a “los cantores, con instrumentos musicales, para que los hicieran resonar alegremente”.
Que nuestro amor por Nuestra Señora de La Salette sea siempre una fuente de regocijo en nuestros corazones.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.