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Secar Todas Las Lágrimas

(5to Domingo de Pascua: Hechos 14:21-27; Apocalipsis 21:1-5; Juan 13:31-35)

Cuando vemos a alguien llorando, nuestra primera reacción es, a menudo, preguntar qué es lo que pasa y, quizá, pero no con tanta frecuencia, preguntar si podemos o debemos hacer algo para paliar el dolor o la tristeza que se esconde detrás de esas lágrimas.

Aquellos que a veces se sienten desconcertados o hasta ofendidos por las palabras de María en La Salette necesitan recordar las lágrimas que las acompañaban. Es el único y el mismo dolor la fuente de ambas.

En el Evangelio de hoy Jesús nos ofrece la clave fundamental para consolar al desconsolado. “Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros”. ¡Si sólo pudiéramos todos vivir perfectamente este nuevo mandamiento! No solamente haríamos todo lo que esté a nuestro alcance para responder a todos los sufrimientos que nos rodean y a los del mundo en general, sino que también nos dedicaríamos plenamente con nuestros mejores esfuerzos a eliminar las causas de tanta desdicha.

Como Pablo y Bernabé en la segunda lectura, reconocemos que “Es necesario pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios”. Pero estas tribulaciones son diferentes a las de los sufrimientos que llevan a la desesperación.  Se soportan por amor, y en medio de ellas, los discípulos de Jesús se apoyan unos a otros, Más de una vez Jesús dejó en claro que sus discípulos no debían tener la expectativa de una vida fácil.

María en La Salette lloró por – y con – su pueblo mientras contemplaba sus pecados y penurias. Movida por el mismo amor que movió a su Hijo, ella respondió desde su ser de madre. Ella no puede hacer que todos nuestros problemas desaparezcan, pero nos ofrece una salida, una vía de confianza, de esperanza, de fe.

Nadie puede hacerlo todo, pero cado uno puede hacer algo, aunque sea algo sencillo, en comunión con el Señor, “hacer nuevas todas las cosas”.

En inglés el himno mejor conocido en honor a Nuestra Señora de La Salette tiene este refrán:

Secar tus lagrimas anhelo
Tu mensaje hacer conocer
De penitencia, oración y celo,
Hasta que a Dios llegue a ver.

Una manera de secar sus lágrimas es mirar por medio de sus ojos los sufrimientos de su pueblo, y entonces hacer nuestra parte para “secar todas sus lágrimas”.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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¿Por qué no lo entienden?

(4to Domingo de Pascua: Hechos 13: 14, 43-52; Apocalipsis 7:9-17; Juan 10:27-30)

¿Has pasado alguna vez por la experiencia de saber que algo era verdad, pero no fuiste capaz de convencer a otros? Para ti es perfectamente claro, pero para todos los demás es como si estuvieras hablando en un leguaje extraño, y te preguntas a ti mismo, “¿Por qué no lo entienden?”

Esta fue la experiencia de Pablo y Bernabé. Fueron a la sinagoga, deseosos de compartir con sus hermanos judíos la fantástica noticia de que las Escrituras se habían cumplido y que el Mesías había venido en la persona de Jesús de Nazaret. Hubo un interés inicial – se nos dice que casi todos en la ciudad se reunieron para escucharlos. La predicación de Pablo era clara, lógica, verificable. ¿Por qué no entendieron?

En La Salette, María se topó con una situación parecida cuando dijo: “¡Ustedes no hacen caso!” A su pueblo no le importaba la preocupación que ella sentía por ellos, no tomaban en cuenta las diferentes maneras con las que ella había intentado hacer que sean conscientes de las consecuencias de abandonar la fe.

Así que hizo lo que tenía que hacer para llamar la atención de su pueblo. Ella vino, habló, lloró, a veces con dureza – lo que haga falta con tal de que su pueblo pueda ver lo que ella vio. 

A menudo la Iglesia ha estado en la misma situación. Nosotros los cristianos tenemos grandes Buenas Nuevas para compartir, pero hay obstáculos que la fe enfrenta. La sociedad secular tiene poco respeto por los creyentes. Los escándalos en la Iglesia hacen difícil poder escuchar la voz del Pastor en medio del clamor. Las rivalidades entre los cristianos los distraen y apartan del Cristo al que todos luchan por servir. En el caso de Antioquía de Pisidia, los celos de los líderes de la sinagoga provocaron el rechazo a la predicación de Pablo; luego vino la oposición y, finalmente, la persecución.

En el tiempo de la Aparición, entre los obstáculos principales para la práctica de la fe en Francia estaba el anticlericalismo heredado de la Revolución Francesa. Además, la vida era difícil para muchísima gente. Pero Nuestra Señora de La Salette no se quedó tranquila a mirar cómo su pueblo se dirigía hacia su propia destrucción. 

Sus lágrimas, sus palabras y hasta la elección de sus testigos, fueron para asegurarse de que nosotros “lo entendiéramos”, y haciéndolo, pudiéramos contarnos entre la multitud que el Cordero de Dios pastorea y conduce hacia las fuentes del agua viva.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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¿Culpable de los Cargos?

(3er Domingo de Pascua: Hechos 5:27-41; Apocalipsis 5:11-14; Juan 21:1-19)

Una pregunta que con frecuencia se plantea en los sermones cristianos, “¿Si fueras acusado de ser cristiano, encontrarían tus acusadores evidencia suficiente para condenarte?” Los Apóstoles, en la lectura de Hechos de hoy, no arguyeron defensa alguna en contra de los cargos presentados en contra de ellos. Admitieron su culpa, y salieron del recinto “dichosos de haber sido considerados dignos de padecer por el nombre de Jesús”.

Cuando vemos la manera en que María en La Salette describió el comportamiento de su pueblo, podríamos llegar a la conclusión de que ellos fácilmente podrían haberse declarado “no culpables” de la acusación de ser cristianos.

Antes, en Hechos 4:18, a los Apóstoles se les había prohibido hablar en el nombre de Jesús. En aquel tiempo, Pedro había respondido: “Nosotros no podemos callar lo que hemos visto y oído”. Ahora en el Capítulo 5, aunque hayan sido encontrados culpables de hablar “en ese Nombre”, son puestos en libertad, pero con una advertencia que incluye azotamiento. El versículo que viene inmediatamente después de nuestra lectura añade: “Y todos los días, tanto en el Templo como en las casas, no cesaban de enseñar y de anunciar la Buena Noticia de Cristo Jesús”.

En la Salette, por otro lado, la Bella Señora declara que su pueblo, en momentos de enojo, “no sabe jurar sin mezclar el nombre de mi Hijo”.

En el Apocalipsis leemos hoy, “También oí que todas las criaturas que están en el cielo, sobre la tierra, debajo de ella y en el mar, y todo lo que hay en ellos, decían: Al que está sentado sobre el trono y al Cordero, alabanza, honor, gloria y poder, por los siglos de los siglos”.

El universo entero alaba al Padre y al Hijo, excepto “mi pueblo”. Se lamenta María en nombre de Dios. “Les he dado seis días para trabajar y me he reservado el séptimo, pero no quieren dármelo”.

Seamos claros. El mensaje de La Salette no se limita a las prácticas religiosas; su origen radica en una relación de respeto y de amor. Esto es lo que dio a los Apóstoles el coraje para enfrentar la persecución. 

En la versión larga del Evangelio de hoy, Jesús pregunta a Pedro, “¿Me amas?” Si como Pedro podemos responder honestamente, “Sabes que te quiero”, y vivir consecuentemente, entonces sí, somos culpables de ser cristianos.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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Narrando los Hechos

(2do Domingo de Pascua: Hechos 5:12-16; Apocalipsis 1:9-19; Juan 20:19-31)

“Escribe lo que has visto, lo que sucede ahora y lo que sucederá en el futuro”. Es lo que Jesús le dice a Juan en el primer capítulo del Apocalipsis y, con bastante naturalidad, nosotros asumimos que se refiere a las visiones proféticas que serán descritas en los capítulos siguientes. Pero hay tres partes en este encargo, de las cuales la primera es “lo que has visto”. ¿Pudiera esto referirse al Evangelio de Juan y a las Cartas?

El prólogo de 1 de Juan insiste en esto:“Lo que hemos visto y oído, se lo anunciamos también a ustedes, para que vivan en comunión con nosotros. Y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo.”

El 20 de septiembre de 1846, una tarde de domingo. Baptista Pra, el patrón de Melania, invitó a Pedro Selme (cuyo pastor estaba enfermo y a quien Maximino había reemplazado por sólo seis días), y a Jean Moussier (otro hombre de la misma aldea, Les Ablandens) para venir a su casa. Ellos le pidieron a Melania contarles de nuevo lo que la Bella Señora les había dicho a ella y a Maximino en la ladera de la montaña el día anterior.  ¡Pero más importante aún fue que lo escribieron!

No eran personas muy instruidas, pero fueron capaces de traducir al francés las partes dichas en el dialecto local. Les llevó un buen tiempo escribirlo todo. ¿Por qué lo hicieron? La única explicación razonable es que sintieron que era importante hacerlo.

Le dieron a su documento un curioso título: “Carta dictada por la Santísima Virgen a dos niños en la Montaña de La Salette-Fallavaux”. Esto demuestra su entendimiento de que debían hacerlo conocer a otras personas. Queremos decir exactamente lo mismo cuando hablamos del mensajede La Salette

Pero miremos a nuestro Evangelio. Ya que ningún pasaje es más importante que otro. El relato de Tomás – su ausencia, su rechazo a creer, su ultimátum, su profesión de fe – merece la pena contarse.

También es un mensaje. Y para que no pasemos por alto ese punto, Juan añade: “Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre”.

El relato de La Salette tiene exactamente el mismo propósito.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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La Tumba Vacía

(La Vigilia Pascual ofrece siete lecturas del Antiguo Testamento, una del Nuevo Testamento y el Evangelio. La Misa del Domingo de Pascua también tiene opciones para elegir).

Los cuatro Evangelios hablan de las mujeres que van a la tumba el Domingo bien temprano y encuentran a unos ángeles en lugar del cuerpo de Jesús. En Lucas los ángeles les dicen a las mujeres. “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado”.

La tumba vacía es uno de los símbolos más poderosos en todas las Escrituras, probablemente debido a que una tumba representa normalmente algo tan absoluto, tan final por así decirlo. Cuando Jesús resucito de entre los muertos, obtuvo una doble victoria. Conquistó a la muerte; la muerte ya no es más el final, y por lo tanto ha perdido su poder de inspirar temor. Al mismo tiempo, el venció al pecado de una vez por todas.

En cuanto a nosotros, tenemos que entrar a formar parte de este triunfo por medio de una continua aceptación de la salvación adquirida para nosotros. Esto es más fácil decirlo que hacerlo, lo cual explica el porqué de tantas revelaciones privadas, incluyendo La Salette, que nos atraen hacia la verdad.

Hemos sido liberados. Ya no estamos más en la prisión ni en la tumba del pecado. En Romanos 6, San Pablo escribió: “Sabemos que Cristo, después de resucitar, no muere más, porque la muerte ya no tiene poder sobre Él… Que el pecado no tenga más dominio sobre ustedes”.

El mensaje de La Salette se dirige al pueblo que ha caído bajo el poder del pecado por haberse apartado del amor de Dios. Aun hoy, el titulo de María como la “Reconciliadora de los Pecadores” es validado por los peregrinos que, al visitar los Santuarios de La Salette por todo el mundo, regresan a Dios. Esto no es más fácil hoy como lo era en 1846. Se necesita de una gracia poderosa para convertir un corazón de piedra en un corazón de carne. Pero las lágrimas de María en La Salette pueden ablandar los corazones de aquellos que de otra manera pudieran resistirse a sus palabras.

San Pablo escribe: “La muerte ha sido vencida”; y, en otra parte, “Así también ustedes, considérense muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús”. De esta manera adquirimos una nueva imagen de nosotros mismos. Sí, aun somos pecadores, pero nuestro pecado no nos define.

En cambio, lo que nos define es aquel momento supremo en la vida de Jesús, su resurrección. Su triunfo es nuestro triunfo. Su tumba vacía es nuestra tumba vacía.

¡Aleluya!

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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