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Planificación Cuidadosa

(23er Domingo Ordinario: Sabiduría 9:13-18; Filemón 9-17; Lucas 14:25-33)

Generalmente la primera lectura es seleccionada por tener alguna conexión con el Evangelio del día. Pero hoy es difícil ver que este sea el caso.

Cuando Jesús nos dice que hay que despreciar a nuestros padres, hermanos y a nosotros mismos, tendemos naturalmente a pensar que lo que está diciendo no es para tomarse literalmente. ¿Acaso no había predicado el amor a los enemigos? Seguramente este es uno más de sus enigmáticos dichos.

Puede ser, pero no es tan extraño como aparenta. Las dos parábolas cortas sobre la construcción de una torre y la preparación para la batalla tratan de lo mismo. No tendría sentido comenzar a construir sin estar seguro de tener los medios para terminar el trabajo, sería una tontería reunir al ejercito si hay pocas esperanzas de alcanzar la victoria. Es una cuestión de sabiduría humana.

En esto radica la conexión con la lectura del libro de la Sabiduría, la cual es parte de una muy larga oración atribuida a Salomón. “Los pensamientos de los mortales son indecisos y sus reflexiones, precarias”, él dice. Sin el don de la sabiduría, Salomón no hubiera podido esperar gobernar bien; pero confió en que el Señor lo guiaría. 

Todas las grandes culturas han tenido maestros de sabiduría. Algunos filósofos han ejercido una profunda influencia en sus sociedades; muchos de los antiguos pensadores todavía son estudiados y analizados en nuestro propio tiempo, mientras tanto, nuevas filosofías se esfuerzan por encontrar su lugar en la historia del pensamiento.

Jesús fue también un sabio maestro, pero era más que eso. Insistió en que sus seguidores deben confiar solamente en él; deben estar preparados para darse totalmente a él, aún si esto significara cargar una cruz. Esta no es una filosofía abstracta, sino una clase de sabiduría de tipo práctico. 

También vemos esto en el discurso de Nuestra Señora de La Salette. Ella usa ejemplos concretos – la violación de los mandamientos por parte de su pueblo, las consecuencias de la desobediencia, la esperanza en la abundancia, la presencia constante y amorosa de Dios en nuestras vidas – para enseñar la lección de lo que es el verdadero discipulado.

En el salmo de hoy rezamos: “Enséñanos a calcular nuestros años, para que nuestro corazón alcance la sabiduría”. Al encomendarnos la tarea, la Bella Señora no tenía la intención de asustarnos sino más bien de ayudarnos a pensar en una planificación cuidadosa para vivir nuestro compromiso cristiano.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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El Ultimo Sitio

(22º Domingo Ordinario: Sirácides 3: 17-29; Hebreos 12:18-24; Lucas 14:7-14)

Al aparecerse en Los Alpes, María acató lo que manda la primera lectura: “Cuanto más grande seas, más humilde debes ser”. Ella no eligió el “último sitio” geográficamente hablando. Sin embargo, llegó a asociarse a personas humildes (no solamente a dos niños sin instrucción sino, hablando de manera más general, a las personas de la región). 

La vida en las montañas nunca ha sido fácil. Aquel año, 1846, había sido más difícil que de costumbre. Con el trigo y las papas arruinados, los habitantes de la región tenían toda razón para alarmarse. Mientras que los granjeros en otras áreas con buenas cosechas comenzaban a acaparar y a especular con precios muy altos para los pobres. Hasta el Sr. Giraud, padre de Maximino que estaba un poco mejor que algunos de sus vecinos, empezó a preocuparse.

Nuestro nivel de vida es importante para nosotros. Por más que admiremos a San Francisco de Asís o a otros santos por abrazar deliberadamente la pobreza como estilo de vida, pocos de nosotros nos sentimos atraídos a imitarlos.

Podríamos, bajo ciertas circunstancias, estar dispuestos a aceptar cierto declive en nuestras fortunas. Pero de manera espontánea no seríamos capaces de “colocarnos en el último sitio”. Aun las personas que deciden llevar una vida más simple se encuentran generalmente en condiciones de garantizar que sus deseos y necesidades queden cubiertos.

Melania vino de una familia desesperadamente pobre. Sus padres realmente no tenían otra opción que mandarla fuera de casa desde los ocho años, para ir a trabajar en las granjas de la región de Corps, así tendrían una boca menos que alimentar, al menos durante el verano. Su casa estaba en la más alejada y pobre de las calles del pueblo, el último sitio. En una ciudad grande hubiera sido una villa miseria.

Al elegirla, la Santísima Virgen en cierto sentido la sacó de ese mundo, le concedió una dignidad que nunca hubiera podido alcanzar de otro modo. ¿Quién hubiera podido imaginar que su nombre sería recordado por más de 100 años después de su muerte?

Melania no se hizo rica. Puso su confianza en la generosidad de los demás a lo largo de su vida. Ella podría aplicarse a sí misma las palabras del Magnificat: “Miró con bondad la pequeñez de su servidora”. Si no hubiera sido tan humilde, no hubiera podido ser elegida.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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Frutos de Paz y Justicia

(21er Domingo Ordinario: Isaías 66:18-21; Hebreos 12:5-13; Lucas 13:22-30)

El autor de la carta a los Hebreos da muestras de sentido común cuando escribe, “Toda corrección, en el momento de recibirla, es motivo de tristeza y no de alegría”. ¿Quién de nosotros no ha tenido tal experiencia? Padres, profesores, jefes, y otros tienen la responsabilidad de señalarnos los errores y las fallas, y hacer lo que sea necesario para corregirlos.

La Santísima Virgen se encontró a sí misma en esta posición. Su pueblo necesitaba ser corregido por muchos motivos. Los pecados específicos que ella nombró, lejos de tratarse de una lista completa, consistían en una lista de síntomas que apuntaban a una enfermedad espiritual. 

Su propósito era el de presentar un diagnóstico y una cura. La enfermedad era severa, por lo tanto, el tratamiento tenía que ser agresivo, comenzando con una píldora amarga: la sumisión.

En tiempos de los profetas, esto tomó la forma del exilio. Y como no hay mal que por bien no venga, Isaías vio el lado positivo. “Yo les daré una señal, y a algunos de sus sobrevivientes los enviaré a las naciones que no han oído hablar de mí ni han visto mi gloria. Y ellos anunciarán mi gloria a las naciones”. Como resultado pueblos de muchas naciones vinieron hacia el Señor.

En el tiempo del exilio fue cuando el pueblo de Dios regresó a su fe. Desafortunadamente, como leemos en el Evangelio de hoy, Jesús previó un tiempo en que gente de todas partes del mundo entraría el reino de Dios, mientras que su propio pueblo sería expulsado; no sería reconocido cuando buscó ser admitido.

La Bella Señora nos habla de que mejores resultados son posibles para aquellos que toman en serio su mensaje. La disciplina que ella propone, como la mencionada en Hebreos, “produce frutos de paz y de justicia en los que han sido adiestrados por ella”.

Isaías profetizó el retorno de los exiliados a la Santa Montaña de Dios. La frase “Santa Montaña” aparece unas veinte veces en el Antiguo Testamento. Para los Misioneros de La Salette, las Hermanas y los Laicos, la “Santa Montaña” se refiere invariablemente al lugar en los Alpes Franceses donde se apareció María.

En su Santa Montaña ella invita a diferentes clases de exiliados a regresar, no a un lugar en particular sino al Señor mismo, quien santifica cualquier lugar de su elección, donde pueden encontrar frutos de paz y justicia. 

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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El Lamento de María

(20mo Domingo Ordinario: Jeremías 38:4-10; Hebreos 12:1-4; Lucas 12:49-53)

Típicamente en el libro de Jeremías se encuentran lamentos. El libro de las Lamentaciones tradicionalmente se atribuye a él, y ningún otro profeta se había opuesto tanto a su misión o llegó a ser tan infeliz en su vocación como él.

Partes del mensaje de Nuestra Señora de La Salette tienen el toque de Jeremías. Ella se queja de la aparente inutilidad de sus esfuerzos en favor de su pueblo: “…y ustedes no hacen caso’.

En Jeremías 14:17 leemos: “Que mis ojos se deshagan en lágrimas, día y noche, sin cesar, porque la virgen hija de mi pueblo ha sufrido un gran quebranto, una llaga incurable”. Del mismo modo la Bella Señora llora por su pueblo – pero también por su Hijo crucificado, cuya imagen lleva sobre su corazón.

La cruz era un instrumento no sólo de tortura sino de vergüenza, tal como la carta a los Hebreos lo afirma muy claramente: “Soportó la cruz sin tener en cuenta la infamia”.

Crucificado junto a verdaderos criminales cerca de una de las entradas a la ciudad, indefenso, objeto de burla, desnudo ante los ojos de los transeúntes, Jesús sufrió de humillaciones que difícilmente podemos imaginar. Esto era parte del bautismo que tenía que recibir, del cual leemos en el evangelio.

La imagen de Cristo crucificado es el símbolo más poderoso del amor de Dios por nosotros. Pero Jesús mismo reconoció que muchos lo rechazarían, y que la fe en él traería la división. Esto no es menos cierto hoy que en aquel entonces.

Tal vez esta es la razón por la cual muchos cristianos llevan una cruz, “el emblema del sufrimiento y de la vergüenza” como dice un famoso himno norteamericano. Sabemos que no somos dignos de este gran don ganado por Jesús en nuestro favor. El soportó la cruz, y no hay que tener vergüenza en ser discípulo suyo.

Maximino dijo que lo primero que pensó al ver a la Señora fue que había sido maltratada y huyó a la montaña para “llorar su dolor”. Sí, los ojos de María se llenaron de lágrimas en La Salette. Vivamos de tal manera que podamos consolar su afligido corazón. 

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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