“Mi Sangre, la Sangre de la Alianza”
(Corpus Christi: Éxodo 24:3-8; Hebreos 9:11-15; Marcos 14:12-16, 22-26)
Moisés en la lectura del Éxodo dice: “Esta es la sangre de la alianza que ahora el Señor hace con ustedes”. Muy parecidas son las palabras de Jesús en el Evangelio, “Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos”.
La primera es la sangre de los animales sacrificados en nombre del pueblo elegido. La segunda es la sangre de Cristo, “mi sangre”, derramada por muchos, es decir, por todos los que entrarán en su alianza.
Una alianza se hace entre dos o más partes. Cada una tiene expectativas razonables acerca del otro, cada uno se compromete a ser fiel a los acuerdos realizados. Notemos que antes de que Moisés aspergiera a los hebreos con la sangre de la alianza, ellos declararon, “Estamos resueltos a poner en práctica y a obedecer todo lo que el Señor ha dicho”.
Después de la Nueva Alianza, lo mismo sucedió. En La Salette la Madre de Jesús se quejó: “En verano, sólo van algunas mujeres ancianas a Misa. Los demás trabajan el domingo, todo el verano. En invierno, cuando no saben qué hacer van a Misa sólo para reírse de la religión”.
Considerando la centralidad de la Eucaristía como “fuente y culmen” de la vida eclesial, esta es de verdad una crítica condenatoria. Por años en muchas comunidades cristianas, la participación en la iglesia ha estado en declive. Las encuestas afirman que un alarmante porcentaje de católicos no creen en la presencia real de Jesús en la Eucaristía. (Esto puede darse porque no saben explicarla).
Esto es lo que pasa cuando olvidamos que la Alianza en la sangre de Cristo es, primero y ante todo, una relación personal. El salmo de hoy lo coloca en estos términos: “¿Con qué pagaré al Señor todo el bien que me hizo? Alzaré la copa de la salvación e invocaré el nombre del Señor”.
¡Si tan sólo pudiéramos ser en todo momento conscientes de la bondad de Dios! Nos sentiríamos menos inclinados a darlo por hecho, o inclusive a no descuidar el don de la Eucaristía, el “signo eficaz” (es decir el sacramento) del derramamiento de la preciosas sangre de Cristo por nosotros.
En la misa nos hacemos eco de las palabras del Salmista: “Cumpliré mis votos al Señor, en presencia de todo su pueblo”. Esto también forma parte del hacer conocer el mensaje de María.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.