Voz del Señor
(Bautismo del Señor: Isaías 42:1-7; Hechos 10:34-38; Mateo 3:13-17)
Los grandes cantantes y oradores saben cómo modular sus voces. De esa manera pueden comunicar lo sutil y lo profundo, la infinita variedad de las emociones en las palabras que dicen o cantan. Dios lo sabe.
Esto explica por qué hay tantos libros en la Biblia. Tan variados y ‘modulados’, como lo son, todos ellos hablan con la voz de Dios, que en las lecturas de hoy se oye venir desde el cielo, de un profeta y de un apóstol. El salmista la oye en el trueno, tal vez, y la describe como poderosa y majestuosa.
Nosotros no podemos escuchar la voz de Dios del mismo modo como escuchamos a la gente que nos rodea. En la Misa contamos con los lectores y los sacerdotes (o los diáconos) para anunciar la palabra con elocuencia, pero con simplicidad, decirla de tal manera que la palabra se haga viva, y así tocar nuestros corazones y nuestras mentes directamente.
Las Escrituras no titubean para hablar con voz de mujer, de modo más notable en el Cantar de los Cantares, y en los libros de Rut, Judith y Sabiduría. La Salette está bien situada dentro de esta tradición.
Al escuchar las palabras de Jesús en el Evangelio de hoy, podríamos preguntarnos qué quiso decir cuando le habla a Juan, “Conviene que así cumplamos todo lo que es justo”. Muchos expertos, tantos antiguos como modernos, concuerdan que esto significa llevar a cabo la voluntad de Dios.
Este principio yace en el corazón del mensaje de María en La Salette. La voluntad de Dios para nosotros siempre es para nuestro bien. Dándole gracias a él es, como decimos al iniciar el Prefacio de la Misa, justo y necesario. Pero lo que es justo y necesario va más allá del cumplimiento de los requisitos legales.
El concepto bíblico de justicia se refiere a un estado del ser en el que todo es como debe ser, cuando todos hacen los que es justo y necesario. De ese modo llegan para todos la paz y la alegría.
Sin usar la palabra, la Bella Señora estaba describiendo la injusticia de su pueblo. Siendo negligente con las cosas de Dios, se colocó a sí mismo en un estado en el cual nada era como debería ser, y se encontró a si mismo apartado de la alegría y de la paz.
Como Jesús, somos llamados hijos amados de Dios, con quienes él se complace. Modulando su voz a la de aquel mensaje, María se comunica con nosotros de nuevo, de una manera maravillosa.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.