Llamados, Formados, Enviados
(2do Domingo Ordinario: Isaías 49:3-6; 1 Corintios 1:1-3; Juan 1:29-34)
San Pablo se presenta a sí mismo como el “llamado a ser Apóstol de Jesucristo”, y les recuerda a los Corintios que ellos son “llamados a ser santos”. En la primera lectura, leemos acerca de uno que dice: el Señor “me formó para que yo sea su Servidor;” Juan el Bautista habla de “aquel que me envió a bautizar con agua”.
Todo esto se ve reflejado en la respuesta del Salmo: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.
El servidor de Dios luego declara: “Yo soy valioso a los ojos del Señor”. No se atribuye mérito alguno, únicamente lo que el Señor ha hecho por él y lo que prometió realizar por medio de él: “Yo te destino a ser la luz de las naciones”
Cuando Dios elige personas para su servicio, no es necesariamente porque tengan habilidades especiales. Por el contrario, pone su mirada sobre ellos, los elige y luego derrama sus dones sobre ellos. Juan el Bautista, por ejemplo, recibió el poder de reconocer a Jesús como el Cordero de Dios e Hijo de Dios.
A menudo observamos que los niños elegidos por Nuestra Señora de La Salette no tenían talentos especiales para llevar adelante la misión que ella les confió. Ella les proveyó de lo que carecían, y fueron admirables resistiendo los sobornos y las amenazas, respondiendo a las objeciones y a las preguntas capciosas. Así fue como ella los llamó, los formó, y los envió.
Podemos decir lo mismo de nosotros. Cualquiera sea nuestra vocación, o la manera en que fuimos atraídos a ella, fue obra de Dios. Así, uno de los principios más importantes de la vida espiritual es este: Ve a donde te sientas atraído. El discernimiento, después de todo, es precisamente el descubrimiento en oración de la respuesta dada por Saúl en el camino de Damasco: “¿Qué debo hacer, Señor?” (Hechos 22:10)
Una vocación Saletense está a menudo, por decirlo así, inserta en o superpuesta sobre otra vocación. En las variadas circunstancias de nuestra vida como laicos, religiosos o clérigos, nos sentimos atraídos por la Bella Señora. Ella que declaró ser la servidora del Señor, nos invita a servir con ella al Señor.
Como Maximino y Melania, puede que no seamos los candidatos que nosotros mismos escogeríamos, pero podemos confiar en que María nos provea de guía y de inspiración.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.