Polônia - Capítulo
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Carta do Superior Geral
Natal de 2023 Ano Novo 2024 “Anuncio-vos uma grande alegria: hoje nasceu para vós um Salvador, Cristo Senhor” (Lc 2,10-11) Queridos irmãos, Estou verdadeiramente feliz, juntamente com o meu conselho, por trazer mais uma vez a cada um de... Czytaj więcej
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Unción

(4to Domingo de Cuaresma: 1 Samuel 16:1-13; Efesios 5:8-14; Juan 9:1-41)

David fue ungido con óleo por Samuel, y “desde aquel día, el espíritu del Señor descendió sobre David”. Una de las muchas imágenes de paz está en el salmo de hoy, “unges con óleo mi cabeza”.

Jesús hizo barro y lo puse sobre los ojos del hombre ciego. Debido al material usado, es difícil reconocer este gesto como una unción. Pero es difícil verlo de otro modo cuando consideramos su propósito. Jesús dijo del hombre que había nacido ciego “para que se manifiesten en él las obras de Dios”.

Añade, “Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo”. San Pablo aplica en nosotros la misma idea: “Ustedes eran tinieblas, pero ahora son luz en el Señor... No participen de las obras estériles de las tinieblas”.

En La Salette, María, la que era “toda de luz” empoderó a dos niños para que cumplan una misión. Aquella, también, era una forma de unción. Y su mensaje nos hace conscientes de nuestra identidad cristiana, tristemente descuidada por tantos de aquellos a los que ella llama “mi pueblo”, pero que todavía están atrapados en las tinieblas.

Todos nosotros fuimos ungidos en el nombre de Cristo, no una vez sino dos, en el sacramento del Bautismo, con el óleo de la salvación, “para que incorporados a su pueblo y permaneciendo unidos a Cristo, vivamos eternamente”.

De verdad, es sólo por medio del Hijo de la Bella Señora que nosotros podemos producir, como San Pablo escribe, los frutos de “la bondad, la justicia y la verdad”. Podemos ver en Jesús, al que nos guía por los justos senderos.

El relato del hombre ciego de nacimiento levanta muchas preguntas – dieciséis, para ser exactos – las más relevantes: ¿Qué dices de Jesús? ¿Quieres hacerte discípulo suyo? ¿Crees en el Hijo del hombre? ¿Quién es, para que crea en él?

Haríamos bien en reflexionar estas preguntas en privado. Pudiera, sin embargo, ser más interesante, estimulante y de provecho hacérnoslas mutuamente, talvez en los momentos de oración y de compartir de fe. 

La “pregunta Saletense” es: ¿Hacen bien sus oraciones? En oración presentémonos para recibir la unción, para que así, por medio de nosotros “se manifiesten las obras de Dios”. ¡Una ambición verdaderamente noble!

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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Tengo Sed

(3er Domingo de Cuaresma: Éxodo 17:3-7; Romanos 5:1-8; Juan 4:5-42)

Los Leccionarios en francés y español incluyen información que no es evidente en la traducción inglesa de la primera lectura, ej.; Meribah viene del verbo que significa “querellar” y Massah “Poner a prueba”. Ambos se refieren al episodio cuando los hebreos se atrevieron a presentar juicio contra el Señor.

En Miqueas 6:1-2, el profeta insta a su pueblo: “¡Levántate, convoca a juicio a las montañas y que las colinas escuchen tu voz! ¡Escuchen, montañas, el pleito del Señor!... Porque el Señor tiene un pleito con su pueblo”. Aquí es donde la palabra Meribah aparece como “pleito”. 

El mensaje de Nuestra Señora de La Salette entra en este contexto. Ella reprende a su pueblo por sus pecados, especialmente por el de la indiferencia. El Salmo de hoy, que también hace referencia a Meribá y Masá, tiene como refrán, “Cuando escuchen la voz del Señor, no endurezcan el corazón”.

En el Evangelio, Jesús le pide de beber a la mujer. Ella asume una actitud contenciosa. “¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?” Jesús no se ofende, sino que abre el dialogo con ella con las palabras, “Si conocieras el don de Dios”.

Mucho más adelante en el Evangelio de Juan, Jesús declarará desde lo alto del Gólgota. “Tengo sed” Aquí en el capítulo 4, su sed es provocada por la fatiga del viaje. Pero se nos da un indicio de aquella sed que marcó toda su vida y su ministerio, aquel ardiente deseo expresado por él en Juan 12:32: “Cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí”. Al satisfacer nuestra sed, Jesús satisface la suya.

En la cruz, sangre y agua brotaron de su costado atravesado. El famoso comentarista bíblico Matthew Henry explicó esto con las siguientes palabras: “Representaban esos dos grandes beneficios de los cuales participan todos los creyentes a través de Cristo: justificación y santificación; sangre para la remisión, agua para la regeneración; sangre para la expiación, agua para la purificación.”

La teología católica aplica esto también a los Sacramentos.

En La Salette, hay una Fuente milagrosa. Existió desde hacía largo tiempo, pero siempre se secaba en verano. Pero desde la Aparición ha corrido sin cesar, un recordatorio de las lágrimas de la Bella Señora, y de su sed más profunda – la nuestra también, si solamente lo supiéramos.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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La Vocación

(2do Domingo de Cuaresma: Génesis 12:1-4; 2 Timoteo1:8-10; Mateo 17:1-9)

Hay una leve contradicción entre el Salmo y nuestra segunda lectura. En el primero leemos, “Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles, sobre los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y sustentarlos en el tiempo de indigencia”. Esperanza y temor reverente parecen ser condición para la liberación.

Pero luego San Pablo nos dice, “Él nos salvó y nos eligió con su santo llamado, no por nuestras obras, sino por su propia iniciativa”. Aquí, la salvación es incondicional.

Vemos esto también en la primera lectura. Abraham fue llamado, y acogió las excelentes promesas de Dios, sin haber cumplido con ningún requisito. Y en el Evangelio, no se nos da ninguna razón de por qué Jesús decidió elegir a Pedro, Santiago y Juan como testigos de la Transfiguración. 

El Señor llama a quien quiere, cuando quiere, como quiere. Esto vale para nosotros también. Como Laicos Saletenses, Hermanas y Misioneros, todos compartimos el don gratuito del amor de María.

Como en el caso de Abram, responder al llamado implica cambios, no necesariamente geográficos,   por supuesto, sino un cambio de corazón, estar abiertos a dones adicionales: el temor del Señor, la generosidad en el servicio a Dios, nuestro deseo de soportar y “compartir los sufrimientos que es necesario padecer por el Evangelio”.

La vida de fe, profesar y vivir el mensaje del Evangelio como católicos, nunca ha sido fácil, pero parece más difícil en los tiempos actuales. Se necesita de la oración. La oración a su vez, requiere del silencio, al menos el suficiente como para que seamos capaces de oír las palabras, “Este es mi Hijo muy querido...: escúchenlo”, dichas desde la nube luminosa, y que son silenciosamente replicadas por una Bella Señora que lleva sobre el pecho la imagen de aquel que es el muy querido.

Y cómo podríamos leer el Salmo de hoy sin pensar en ella. A través de sus lágrimas ella vio los sufrimientos de tantos; ella vino “para librar sus vidas de la muerte y sustentarlos en el tiempo de indigencia”, aunque estaban lejos de temer al Señor o de esperar en su bondad.

¿Cómo compartimos aquella liberación? No hay una única respuesta para tal pregunta.  Pero cuando deseamos profundamente sentir y vivir nuestra vocación, una respuesta se nos presentará en el momento oportuno, probablemente acompañada por las palabras, “No tengan miedo”.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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Cuidado con el Tentador

(1er Domingo de Cuaresma: Génesis 2:7-9 & 3:1-7; Romanos 5:12-19; Mateo 4:1-11)

Cuando el celebrante se lava las manos al final del ofertorio, dice, “Lava del todo mi delito, Señor, y limpia mi pecado”. Conforme va entrando en la parte más sagrada de la Misa, se le hace recordar su indignidad con respecto a lo que está por hacer, en lo personal como en el mero hecho de ser humano.

El mismo pensamiento se expresa en al Salmo de hoy, pero se equilibra, si se quiere, con el último versículo: “Abre mis labios, Señor, y mi boca proclamará tu alabanza”. Por la gracia de Dios, nuestra concupiscencia no es un obstáculo infranqueable para una verdadera adoración.

San Pablo nos recuerda que “todos pecaron” cuando “por un solo hombre entró el pecado en el mundo”; pero ese no era el final de la historia. La justificación vino por medio de Cristo. El Autor de la Vida, el que, “modeló al hombre con arcilla del suelo y sopló en su nariz un aliento de vida”, envió a su hijo para restaurar la vida.

Pero antes de entregarse por completo a su misión, Jesús fue tentado. Nosotros podemos fácilmente identificarnos con esta experiencia.

Él triunfó sobre el Tentador, pero no vayamos a suponer que no fue tentado realmente. Jesús era verdaderamente humano, y seguramente sabía lo que era sentirse atraído por la gratificación fácil de sus necesidades, por una prueba de que Dios lo estaba cuidando, por el poder de un Rey.

Cuando admitimos nuestros pecados, reconocemos las tentaciones ante las cuales hemos sucumbido. O, como en la Salette, alguien más podría señalar las maneras en que hemos cedido ante el Tentador.

La Bella Señora habló de las siguientes ofensas: Abusar del nombre de su Hijo; trabajar en el Día del Señor; descuidar la Eucaristía; ir a la carnicería en Cuaresma, “como los perros”. ¿Cuál es la tentación subyacente común a todo aquello?

La respuesta puede encontrarse en Jeremías 2:20: “Hace mucho que has quebrado tu yugo, has roto tus ataduras y has dicho: ¡No serviré!” Las respuestas de Jesús al tentador son una declaración de su deseo de obedecer únicamente al Padre. “Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto”.

Ese es el modelo de cómo resistir la tentación. Pero no esperemos hasta que la tentación llegue. Resistámosla antes. ¡Cuidado con el Tentador, siempre!

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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quarta-feira, 05 fevereiro 2020 08:41

P. René Butler MS - 7mo Domingo Ordinario - Santidad

Santidad

(7mo Domingo Ordinario: Levítico 19:1-2, 17-18; 1 Corintios 3:16-23; Mateo 5:38-48)

“Ustedes serán santos, porque Yo, el Señor su Dios, soy santo”. Esta oración se presenta cuatro veces en el Libro de Levítico.

Veamos la razón que se da por este mandamiento. No se trata de una promesa de prosperidad que podríamos esperar. No, la razón es aún más importante. Todo lo que está en conexión con Dios es santo. Su voluntad es sagrada. Nuestra obediencia viene desde la reverencia.

Hay un pasaje parecido en Levítico 22:32: “No profanen mi santo Nombre, para que yo sea santificado en medio de los israelitas. Yo soy el Señor, que los santifico”. Nuestra santidad es obra de Dios. San Pablo se hace eco de este pensamiento cuando escribe, “El templo de Dios es sagrado, y ustedes son ese templo”.

El salmista exclama: “Bendice al Señor, alma mía, que todo mi ser bendiga a su santo Nombre”. María en La Salette lloró por la actitud profana hacía el nombre de su Hijo. Esto no era otra cosa que una señal de que su pueblo había abandonado su identidad como templo de Dios. En lugar de rezar, blasfemaban; hicieron de la religión un objeto de burla.

El llamado a la santidad es la exigencia mayor. Tiene que impregnar cada aspecto de nuestra vida. San Pablo lo expresa así. “Si alguno de ustedes se tiene por sabio en este mundo, que se haga insensato para ser realmente sabio. Porque la sabiduría de este mundo es locura delante de Dios”.

La Virgen eligió a Maximino y Melania como sus testigos. El mensaje de sabiduría divina fue confiado a niños sin instrucción, para que nadie pudiera perderse el significado de sus palabras.

La sabiduría de este tiempo es contraria al mensaje del evangelio de hoy en particular. Mostrar la otra mejilla es (y probablemente siempre ha sido) contra cultural. Es difícil aun para los cristianos comprometidos.

Afortunadamente, nuestra santidad no se trata de ver quién está en lo cierto o en lo errado, de perder o de ganar. Es primero y ante todo una cuestión de participar en la santidad del Señor o, como Jesús lo plantea, ser “perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo”.

En nuestros esfuerzos de hacer conocer el mensaje de la Bella Señora, podemos avanzar hacia esa meta, y tal vez transformar, durante la marcha, alguna pequeña parte del mundo que nos toca.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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Martillo y Tenazas

(6to Domingo Ordinario: Eclesiástico 15:15-20; 1 Corintios 2:6-10; Mateo 5:17-37)

Entre las características más distintivas de la Aparición de Nuestra Señora de La Salette, como es bien sabido, están el martillo y las tenazas sobre ambos lados del crucifijo.

La gente que los ve por primera vez pregunta siempre por el significado que tienen. Ustedes están familiarizados con la interpretación tradicional, pero yo creo que podría ser de más ayuda responder con otra pregunta. Supongamos que María se hubiera dejado ver por los niños sin decir palabra, ¿Cómo podríamos nosotros entender el propósito de su visita?

Las herramientas del carpintero por sí solas no tienen un significado especial. Pero, al estar asociadas con el Crucificado, están conectadas con la Pasión de Jesús, en la que fueron usadas con propósitos distintos.

No es de extrañarse que hayan sido siempre explicadas como llamándonos a elegir entre la vida y la muerte, como leemos hoy en la lectura de Eclesiástico, que parafrasea el discurso de Moisés en Deuteronomio 30:15.

Todas las lecturas de hoy tratan de la elección. El salmista elige la fidelidad a los estatutos de Dios; Pablo ha optado por “una sabiduría de Dios, misteriosa y secreta”; y Jesús dice cuatro veces, “Ustedes han oído ... pero Yo les digo”, pidiendo nuestra lealtad a sus enseñanzas.

Tendemos a ver la elección como una cuestión moral, y a menudo ese es el caso. Esa es ciertamente la perspectiva de Eclesiástico. Es fácil olvidar que el Sermón de la Montaña es más exigente que los Mandamientos. Eso es lo que Jesús quiso decir al afirmar, “Les aseguro que, si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos”.

Aun así, lo que dice Eclesiástico es cierto: “A nadie le ordenó ser impío ni dio a nadie autorización para pecar”. Así que, cuando pecamos, es porque podemos elegir. Pudieran existir circunstancias mitigantes, por supuesto, especialmente si no somos verdaderamente libres.

Dicho esto, ante cualquier decisión concreta debe haber una resolución fundamental de base: como discípulos de Cristo, luchar con todo nuestro corazón para vivir según su palabra.

Eso es lo que la Bella Señora vino a decirnos. Nos puso delante una elección: no someterse, con sus consecuencias, o convertirse, con sus beneficios. Opuestos exactos, tal como el martillo y las tenazas.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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