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segunda-feira, 30 dezembro 2019 14:11

Ano vocacional: Meditação

Ano vocacional: Meditação 

“Antes que no seio fosses formado, eu já te conhecia; antes de teu nascimento, eu já te havia consagrado, e te havia designado profeta das nações” (Jeremias1,5). 

O Ano Vocacional que teve seu início no dia 19 de setembro deste ano e terá a sua conclusão em 19 de setembro de 2020, convida-nos a refletir sobre o tema: “Avança, Ele vive e quer-te Vivo”. São as palavras de Maria na Salette direcionadas aos dois pastores: “vinde...” e também as palavras do Papa Francisco aos Jovens por ocasião do Sínodo dos Jovens: “Cristo Vive!”.

A vocação é dom do amor de Deus pelo seu povo. O chamado feito por Deus é para permanecermos com Ele «quem permanece no amor permanece em Deus, e Deus nele» (1 Jo 4,16).

A fonte de todo o dom perfeito é Deus, e Deus é Amor – Deus caritas est. A Sagrada Escritura narra a história deste vínculo primordial de Deus com a humanidade, que antecede a própria criação. Ao escrever aos cristãos da cidade de Éfeso, São Paulo eleva um hino de gratidão e louvor ao Pai pela infinita benevolência com que predispõe, ao longo dos séculos, o cumprimento do seu desígnio universal de salvação, que é um desígnio de amor. No Filho Jesus, Ele «escolheu-nos – afirma o Apóstolo – antes da fundação do mundo, para sermos santos e irrepreensíveis em caridade na sua presença» (Ef 1,4). Fomos amados por Deus, ainda «antes» de começarmos a existir! Movido exclusivamente pelo seu amor incondicional, «criou-nos do nada» (cf. 2 Mac 7,28) para nos conduzir à plena comunhão consigo (Mensagem do Santo Padre Papa Bento XVI para o 49º Dia Mundial de Oração pelas Vocações - 29 de abril de 2012 - IV Domingo de Páscoa).

Quando Deus nos chama não significa que tudo esteja pronto e acabado, mas, nos chama para seguir um caminho com Ele. Participar deste projeto implica a nossa resposta cotidiana de amor a Deus que nos amou primeiro e, este amor deve nos atrair todos os dias. A maneira como respondo todos os dias ao Senhor, no meu cotidiano de forma simples e confiante vai se realizando na minha vida a perfeita liberdade. Os testemunhos na nossa história saletina daqueles que se deixaram guiar por este amor nos fortalecem e nos encorajam a renovar o dom de Deus que há em nós! 

...não há alegria maior do que arriscar a vida pelo Senhor! Particularmente a vós, jovens, gostaria de dizer: não sejais surdos à chamada do Senhor! Se Ele vos chamar por esta estrada, não vos oponhais e confiai n’Ele. Não vos deixeis contagiar pelo medo, que nos paralisa à vista dos altos cumes que o Senhor nos propõe. Lembrai-vos sempre que o Senhor, àqueles que deixam as redes e o barco para O seguir, promete a alegria duma vida nova, que enche o coração e anima o caminho.

Queridos amigos, nem sempre é fácil discernir a própria vocação e orientar justamente a vida. Por isso, há necessidade dum renovado esforço por parte de toda a Igreja – sacerdotes, religiosos, animadores pastorais, educadores – para que se proporcionem, sobretudo aos jovens, ocasiões de escuta e discernimento (Mensagem do Santo Padre Papa Francesco para o 56°Dia Mundial de Oração pelas Vocações - 12 de maio de 2019 - IV Domingo da Páscoa).

Manuel Dos Reis Bonfim MS

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segunda-feira, 30 dezembro 2019 11:24

Oração pelo Ano Vocacional

Deus nosso Pai, vos agradecemos por nos terdes chamado para acolher e compartilhar o dom da vida.

Vós, que através de Jesus Cristo escolhestes os primeiros discípulos a proclamar a Boa Nova, e que derramastes o vosso Espírito sobre a Igreja:

renovai-nos em nossa vocação e missão de reconciliação;

fazei ressoar o mesmo apelo em muitos jovens para responderem generosamente às necessidades de nossos irmãos e irmãs, seguindo o exemplo de Maria, a bela Senhora de La Salette;

Despertai nos homens e mulheres de nossos dias o desejo de ser "luz" e "sal" na Igreja e no mundo. Amém.

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segunda-feira, 30 dezembro 2019 09:58

Haiti - Marry Christmas and Happy New Year

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Llamados, Formados, Enviados

(2do Domingo Ordinario: Isaías 49:3-6; 1 Corintios 1:1-3; Juan 1:29-34)

San Pablo se presenta a sí mismo como el “llamado a ser Apóstol de Jesucristo”, y les recuerda a los Corintios que ellos son “llamados a ser santos”. En la primera lectura, leemos acerca de uno que dice: el Señor “me formó para que yo sea su Servidor;” Juan el Bautista habla de “aquel que me envió a bautizar con agua”.

Todo esto se ve reflejado en la respuesta del Salmo: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.

El servidor de Dios luego declara: “Yo soy valioso a los ojos del Señor”. No se atribuye mérito alguno, únicamente lo que el Señor ha hecho por él y lo que prometió realizar por medio de él: “Yo te destino a ser la luz de las naciones” 

Cuando Dios elige personas para su servicio, no es necesariamente porque tengan habilidades especiales. Por el contrario, pone su mirada sobre ellos, los elige y luego derrama sus dones sobre ellos. Juan el Bautista, por ejemplo, recibió el poder de reconocer a Jesús como el Cordero de Dios e Hijo de Dios. 

A menudo observamos que los niños elegidos por Nuestra Señora de La Salette no tenían talentos especiales para llevar adelante la misión que ella les confió. Ella les proveyó de lo que carecían, y fueron admirables resistiendo los sobornos y las amenazas, respondiendo a las objeciones y a las preguntas capciosas. Así fue como ella los llamó, los formó, y los envió.

Podemos decir lo mismo de nosotros. Cualquiera sea nuestra vocación, o la manera en que fuimos atraídos a ella, fue obra de Dios. Así, uno de los principios más importantes de la vida espiritual es este: Ve a donde te sientas atraído. El discernimiento, después de todo, es precisamente el descubrimiento en oración de la respuesta dada por Saúl en el camino de Damasco: “¿Qué debo hacer, Señor?” (Hechos 22:10)

Una vocación Saletense está a menudo, por decirlo así, inserta en o superpuesta sobre otra vocación. En las variadas circunstancias de nuestra vida como laicos, religiosos o clérigos, nos sentimos atraídos por la Bella Señora. Ella que declaró ser la servidora del Señor, nos invita a servir con ella al Señor.

Como Maximino y Melania, puede que no seamos los candidatos que nosotros mismos escogeríamos, pero podemos confiar en que María nos provea de guía y de inspiración.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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Voz del Señor

(Bautismo del Señor: Isaías 42:1-7; Hechos 10:34-38; Mateo 3:13-17)

Los grandes cantantes y oradores saben cómo modular sus voces. De esa manera pueden comunicar lo sutil y lo profundo, la infinita variedad de las emociones en las palabras que dicen o cantan. Dios lo sabe.

Esto explica por qué hay tantos libros en la Biblia. Tan variados y ‘modulados’, como lo son, todos ellos hablan con la voz de Dios, que en las lecturas de hoy se oye venir desde el cielo, de un profeta y de un apóstol. El salmista la oye en el trueno, tal vez, y la describe como poderosa y majestuosa. 

Nosotros no podemos escuchar la voz de Dios del mismo modo como escuchamos a la gente que nos rodea. En la Misa contamos con los lectores y los sacerdotes (o los diáconos) para anunciar la palabra con elocuencia, pero con simplicidad, decirla de tal manera que la palabra se haga viva, y así tocar nuestros corazones y nuestras mentes directamente.

Las Escrituras no titubean para hablar con voz de mujer, de modo más notable en el Cantar de los Cantares, y en los libros de Rut, Judith y Sabiduría. La Salette está bien situada dentro de esta tradición.

Al escuchar las palabras de Jesús en el Evangelio de hoy, podríamos preguntarnos qué quiso decir cuando le habla a Juan, “Conviene que así cumplamos todo lo que es justo”. Muchos expertos, tantos antiguos como modernos, concuerdan que esto significa llevar a cabo la voluntad de Dios.

Este principio yace en el corazón del mensaje de María en La Salette. La voluntad de Dios para nosotros siempre es para nuestro bien. Dándole gracias a él es, como decimos al iniciar el Prefacio de la Misa, justo y necesario. Pero lo que es justo y necesario va más allá del cumplimiento de los requisitos legales.

El concepto bíblico de justicia se refiere a un estado del ser en el que todo es como debe ser, cuando todos hacen los que es justo y necesario. De ese modo llegan para todos la paz y la alegría.

Sin usar la palabra, la Bella Señora estaba describiendo la injusticia de su pueblo. Siendo negligente con las cosas de Dios, se colocó a sí mismo en un estado en el cual nada era como debería ser, y se encontró a si mismo apartado de la alegría y de la paz.

Como Jesús, somos llamados hijos amados de Dios, con quienes él se complace. Modulando su voz a la de aquel mensaje, María se comunica con nosotros de nuevo, de una manera maravillosa.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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El Misterio de los Magos

(Epifanía: Isaías 60:1-6; Efesios 3:2-6; Mateo 2:1-12)

Por un corto tiempo, toda Jerusalén estaba hablando de unos extranjeros que habían llegado desde el este, haciendo una pregunta extraña. Los expertos bíblicos de aquel tiempo encontraron una respuesta, y Herodes los envió a su camino.

¿Quiénes eran? ¿Cuántos? ¿Cómo reconocieron la estrella? ¿Qué la identificaba con el nacimiento de Cristo? ¿Cómo podía la estrella moverse hacia el sud desde Jerusalén hasta Belén? Abundan las teorías, algunas bastante interesantes. 

Pero nada de todo eso es realmente importante. Esas cosas pueden fácilmente distraernos de lo esencial del texto—el objetivo de la búsqueda de los Magos: Jesús.

No parece probable que San Pablo haya alguna vez oído hablar de los Magos. Pero ahonda en sus historias de una manera más efectiva: “Fue por medio de una revelación como se me dio a conocer este misterio, [que] consiste en que también los paganos participan de una misma herencia, son miembros de un mismo Cuerpo y beneficiarios de la misma promesa en Cristo Jesús, por medio del Evangelio”. Así se cumple la promesa hecha a Jerusalén por Isaías: “Las naciones caminarán a tu luz”.

A finales de 1846, todos en la diócesis de Grenoble, y más allá, estaban hablando acerca de una misteriosa Bella Señora que había venido, al parecer, del cielo. Su objetivo era similar al de la estrella de la Epifanía: indicar el camino (en este caso, indicar el camino de regreso) a aquel al que ella llama “mi Hijo”.

Los Sabios “cuando vieron la estrella se llenaron de alegría, y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre”. En La Salette, Maximino y Melania vieron algo muy diferente. Jesús estaba representado no como un bebé sino como el Salvador crucificado. La Salvación anticipada en los relatos de la infancia de Jesús se cumplió en el Calvario.

Al reflexionar en el relato del Evangelio y en la aparición de Nuestra Señora de La Salette, miramos al pasado. Sin embargo, los dos acontecimientos nos invitan a entrar también en el misterio del presente, y en el del futuro.

La Iglesia hace memoria de los Magos por una razón. Nosotros hacemos memoria de La Salette por una razón similar. Los dos llevan la esperanza expresada en la respuesta del Salmo de hoy: “¡Pueblos de la tierra, alaben al Señor!” ¿Podemos hacer nuestra parte para que esto se haga una realidad?

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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Qué Lucir, Cómo Comportarse

(La Sagrada Familia: Sirácides 3:2-12; Colosenses 3:12-21; Mateo 2:13-15, 19-23)

Una de las primeras cosas que se nota acerca de Nuestra Señora de La Salette es su atuendo. Además de las prendas típicas de las mujeres del lugar—vestido largo, delantal, chal, zapatos y gorro—hay rosas, una cadena ancha, una pequeña cadena de la cual cuelga un crucifijo, y una luz particularmente brillante en torno a su cabeza, usualmente representada como si fuera una corona.

Pero eso no es todo. Ella se revistió también “de sentimientos de profunda compasión, de benevolencia, de humildad, de dulzura, de paciencia””, como San Pablo recomendó hacer a los cristianos de la comunidad de Colosas, a los que llama “elegidos de Dios, sus santos y amados”.

En la primera lectura, estas cualidades se expresan con el verbo “honrar”, especialmente referido a los padres. El Evangelio nos recuerda que no hay familias sin crisis.

Pablo incluso reconoce la realidad dolorosa de“que alguien tenga motivo de queja contra otro”, enfatizando la necesidad del perdón mutuo. Es un hecho de la vida que, aun en las mejores familias y en las mejores comunidades, no siempre nos caen bien las personas que amamos.

Supongo que esto es verdad en la gran familia de La Salette: Misioneros, Hermanas, Laicos. Cuando a menudo nos codeamos con la misma gente, a veces nos pisamos los pies unos a otros. Como Apóstoles de la Reconciliación, esto es especialmente preocupante para nosotros. ¿Qué hacer al respecto?

Primeramente, ya que estos momentos ciertamente son inevitables, pueden anticiparse hasta cierto punto. Podemos cultivar las actitudes que San Pablo propone, especialmente la prontitud para perdonar. A veces, el diálogo puede conducirnos a un mejor entendimiento; entonces el perdón podría no ser necesario. En la voluntad de arreglar las cosas entre nosotros, podemos ser creativos usando las herramientas de la caridad a nuestra disposición. (ver también 1Corintios, 13)

María recomendó recitar al menos un Padre Nuestro – en el que rezamos “perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden” – y un Ave María – en el que se nos recuerda “la hora de nuestra muerte”. Esto debería ayudarnos a poner las tensiones personales en una perspectiva adecuada.

En sus propias palabras, la Bella Señora se hace eco de la regla de oro enunciada por San Pablo: “Todo lo que puedan decir o realizar, háganlo siempre en nombre del Señor Jesús”.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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Amén, el Ser y el Hacer

(4to Domingo de Adviento: Isaías 7:10-14; Romanos 1:1-7; Mateo 1:18-24)

En los versículos que preceden a nuestra primera lectura, nos enteramos de que los enemigos de Judá estaban uniendo fuerzas para atacar Jerusalén. Ante tal noticia, “se estremeció el corazón del rey y el corazón de su pueblo”, Entonces Dios envió a Isaías ante el Rey Ajaz para decirle, “No pierdas la calma; no temas... Si ustedes no creen, no subsistirán”.

Esta última frase traduce el mismo verbo hebreo “Aman” dos veces. De aquí surge la palabra, Amén, que usamos nosotros, por ejemplo, para expresar la firmeza de nuestra fe en la Eucaristía al recibir la Comunión. Dependiendo del contexto y de la forma gramatical, “Aman” puede ser traducido en una docena de maneras o más.

Tomándome ciertas libertades, propongo una traducción que no podrán encontrar impresa en ninguna parte: “Si tu vida no se convierte en Amén, nada podrás Amén.” En la primera parte, como sustantivo, indica la vivencia de la fe en todas sus dimensiones, el verbo en la segunda parte indica la firmeza. EL Rey Ajaz carecía de esa actitud, no había nada de Amén en él. Al negarse a confiar en la promesa de Dios, no quiso buscar una señal.

San Pablo escribe que, como Apóstol, fue enviado “a fin de conducir a la obediencia de la fe”. El vivenciaba el Amén en sí mismo y quería que todos lo hagan también.

El relato de José es un gran Amén, una historia llena de fe. “Hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado”.

María en La Salette hizo un llamado a la obediencia en la fe: “Si mi pueblo no quiere someterse”, dijo, y añadió luego, “si se convierten”. Aquella que dijo, “yo soy la servidora del Señor”, encontró entre su pueblo una actitud que respondía a las cosas de Dios, un anti-Amén.

Nuestro Evangelio de hoy relata “el origen de Jesucristo”. Es una historia maravillosa, que requiere de nosotros la obediencia de la fe. Esto es cierto para cada aspecto de la vida de Jesús.

En La Salette la Virgen Madre nos deja ver a su Hijo crucificado sobre su pecho. Es especialmente en su pasión que él llega a ser, como es llamado en Apocalipsis 3:14, “El que es Amén, el Testigo fiel y verídico”.

Ruego que la fiesta venidera del su nacimiento nos lleve a todos no solamente a decir Amén, sino a convertirnos en Amén, a practicar el Amén, siempre y en todas partes, como María, como Pablo, como el mismísimo Jesús.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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