La Ambición Cristiana
(29º Domingo del Tiempo Ordinario: Isaías 53:10-11; Hebreos 4:14-16; Marcos 10:35-45)
¡Imaginemos la decepción de Santiago, y la de Juan! Después de haber declarado estar listos para beber del mismo cáliz y compartir el mismo bautismo de Jesús, y de recibir la afirmación de Jesús que de hecho lo harían, su pedido ambicioso les fue denegado.
La ambición no es mala por sí misma, pero lleva al egoísmo. Es por eso que San Pablo en 1 de Corintios, cuando insta a los cristianos a luchar por los mayores dones, inmediatamente continúa diciéndoles con muchos ejemplos que el mayor de todos los dones es el amor.
Quizá es por eso que Nuestra Señora de La Salette elige como testigos a niños sencillos que serían los menos apropiados para entender el don que han recibido y los menos propensos a la vanagloria.
Nuestra ambición debería ser la de hacer lo mejor que esté a nuestro alcance en el servicio de Dios, y dejar que el juicio sobre nuestros esfuerzos lo haga Él. La visita de María en La Salette fue una clase de “evaluación” de su pueblo. Resulta que se habían quedado cortos. Estaban lejos de sentir ambición por las cosas de Dios, y ella quería que ellos entendieran el peligro hacia el que se estaban encaminando.
Al mismo tiempo, ella no quería desanimarlos. Su mensaje nos insta, en las palabras de la lectura de Hebreos, “vayamos, entonces, confiadamente al trono de la gracia, a fin de obtener misericordia y alcanzar la gracia de un auxilio oportuno.”
Jesús enseña a sus apóstoles que no deben reclamar para ellos el mérito de su vocación. Sí, ellos han recibido autoridad de él, pero debe ejercerse en el servicio. Cualquier bien que sean capaces de hacer no es logro personal, sino obra de Dios.
Toda dificultad que enfrentamos es en imitación de nuestro Señor, que “no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud”, quien, como siervo de Dios, “fue sometido a las mismas pruebas que nosotros, a excepción del pecado”, y “a causa de tantas fatigas… justificará a muchos”.
El Salmo 116 contiene un hermoso versículo, “¿Con qué le pagaré al Señor todo el bien que me hizo?” La próxima vez que tengas delante de ti un crucifijo, recuerda lo que el Señor Jesús ha hecho por ti”. Compáralo con lo que tú has hecho por él. Y luego responde a la pregunta que el salmista se hace. ¡Sé ambicioso!
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.