Dios se Acuerda
(2º Domingo de Adviento: Baruc 5:1-9; Filipenses 1:4-11; Lucas 3:1-6)
Al final de su Aparición, Nuestra Señora de La Salette se elevó por encima de los niños, al momento en que Maximino intentó agarrar una de las rosas que rodeaban sus pies. Ella parecía mirar hacia un punto en el horizonte en el que uno podría ver más allá de las montañas circundantes.
Lo que me hizo pensar en esto es una frase en nuestra primera lectura: “Sube a lo alto y dirige tu mirada hacia el Oriente: mira a tus hijos reunidos desde el oriente al occidente por la palabra del Santo, llenos de gozo, porque Dios se acordó de ellos”
No voy a afirmar que María estaba pensando precisamente en este texto de Baruc, pero, aun así, la coincidencia es casi perfecta. Fue seguramente una visión esperanzadora como aquella que le inspiró a venir a honrarnos con su presencia.
Y hay más. Devotos como somos de la Bella Señora, nuestros corazones están en sintonía con los temas de la aflicción, gloria, paz, piedad, misericordia, y justicia, todo esto se encuentra también en la misma lectura.
Lo que me conmueve más poderosamente es la imagen de los hijos de Jerusalén regresando a su tierra “llenos de gozo, porque Dios se acordó de ellos.” Un pensamiento similar se expresa en el Salmo 136:23, “en nuestra humillación se acordó de nosotros, ¡porque es eterno su amor!”
Un pasaje muy famoso de Isaías 49 dice lo mismo, pero desde una perspectiva negativa. “Sion decía: «El Señor me abandonó, mi Señor se ha olvidado de mí». ¿Se olvida una madre de su criatura, no se compadece del hijo de sus entrañas? ¡Pero, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré!”
San Pablo escribe a los Filipenses, “Dios es testigo de que los quiero tiernamente a todos en el corazón de Cristo Jesús.” Él no sólo aspira a estar con ellos, sino que les desea toda clase de bienes espirituales. El encuentro con Dios es la meta.
Juan el Bautista es el cumplimiento de la profecía de Isaías, enviado a preparar al pueblo de Dios para un encuentro así. María en La Salette continúa la misma tradición.
Para facilitar el encuentro, necesitamos remover cualquier obstáculo que pudiera impedir o retrasarlo. Si podemos regocijarnos de que Dios se haya acordado de nosotros, tal vez entonces nunca podremos olvidarnos de él.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.