Conmovidos por la Piedad
(6to Domingo Ordinario: Levítico 13:1-2,44-46; 1 Corintios 10:31—11:1; Marcos 1:40-45)
San Pablo, en la segunda lectura, describe su ministerio como “no buscando mi interés personal, sino el del mayor número, para que puedan salvarse”.
Este es exactamente el ejemplo dado por Jesús en el Evangelio. El curó a un leproso, pero no para llamar la atención sobre sí mismo. Si fuera así, ¿por qué le pediría al hombre no decirlo a nadie, y por qué Marcos mencionaría la inconveniencia que aquello le causaría a Jesús cuando su fama comenzara a expandirse?
Jesús actuó porque estaba conmovido por la piedad. Ante él se arrodillo un hombre que no solamente estaba enfermo, sino que estaba obligado por la Ley de Dios a auto aislarse, a practicar la distancia social, y a cubrirse la boca.
Conmovida por la piedad, la Madre de Jesús vino llorando a La Salette. No pidió nada para sí misma. Ella estaba preocupada por los demás: su pueblo y su Hijo.
Pudiéramos preguntarnos, “¿Cuándo fue la última vez que sentí piedad?”. Sin duda encontraremos muchos ejemplos, entre la familia y los amigos, o en las noticias sobre desastres y tragedias de todo tipo. Hay formas de marginalización dirigidas hacia otros debido a diferencias sociales, religiosas o hasta políticas. Las oportunidades para experimentar la piedad abundan.
La siguiente pregunta es más difícil. “Conmovido por la piedad, ¿cómo actué? Quizá la pregunta pudiera parecer injusta. Después de todo, Jesús y María pudieron intervenir de manera sobrenatural.
Desde luego, los sacerdotes saletenses están en la posición de administrar el Sacramento de la Reconciliación. Lo hacen con alegría, y los Santuarios de La Salette se especializan, por decirlo así, en tener a sus confesores siempre listos y disponibles.
Dado que el pecado es una enfermedad subyacente a gran parte del mal en el mundo de hoy. El Salmo de hoy nos ofrece una gran esperanza: “Yo reconocí mi pecado, no te escondí mi culpa... ¡Y Tú perdonaste mi culpa y mi pecado!”
Sacerdotes o no, todos podemos hacer algo. La mayoría de nosotros responderá espontáneamente cuando se trata de consolar a alguien si sabemos que ha sufrido una gran pérdida. Dedicados a la causa de la reconciliación, estamos decididos a nunca ser causa de perdición para nadie.
Jesús no se mostró con dudas ante el pedido del leproso. “Lo quiero”. Como Jesús, como María, hagamos lo que podamos.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.