Oración Plena de Gozo
(30mo Domingo Ordinario: Jeremías 31:7-9; Hebreos 5:1-6; Marcos 10:46-52)
El relato del ciego Bartimeo que leemos hoy, es un recordatorio elocuente del lugar que ocupa la alegría en la vida cristiana. Ni bien escuchó que Jesús estaba pasando por ahí, una transformación gozosa tuvo lugar en su interior, provocada por la fe y la esperanza. El oró bien, y ¡con toda su voz!
Puede ser difícil mantener una predisposición firme, positiva y feliz durante la oración. Por supuesto, no debemos aparentar estar felices cuando no lo estamos. Pero en la oración podemos hacer un esfuerzo de poner momentáneamente a un lado nuestros miedos y ansiedades, – como Bartimeo arrojando su manto – para encontrar la fuente de la alegría en nuestra fe y llevarlo a nuestra oración.
Nuestra Señora de La Salette vino y se apareció a dos niños en un lugar donde no había mucho motivo para el gozo. Su pueblo no acudía al Señor en sus necesidades, sino que le dejaba la tarea de rezar e ir a misa a “algunas mujeres ancianas”. Aunque María se mostró como una Madre en llanto, su propósito era el de señalar el camino para salir de la tristeza y de la desesperación.
El Salmo de hoy está lleno de expresiones de alegría. Refleja el regreso del exilio. Encontramos lo mismo en la primera lectura: “¡Griten jubilosos por Jacob, aclamen a la primera de las naciones! Háganse oír, alaben y digan: ¡El Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel!”.
Nosotros no somos un pueblo en exilio. Pero a veces nos sentimos perdidos. En esos momentos, lo peor que podemos hacer es aislarnos, ya sea de nuestra fe como de la comunidad orante en la que Jesús es el Gran Sumo Sacerdote que se entrega a nosotros como Pan de Vida.
El Salmista dice: “Los que siembran entre lágrimas cosecharán entre canciones... El sembrador vuelve cantando cuando trae las gavillas”. Que las lágrimas de Nuestra Señora en La Salette nos guíen al lugar de regocijo mientras recogemos la cosecha de las promesas que ella nos hizo.
De nuevo, “¡Grandes cosas hizo el Señor por nosotros y estamos rebosantes de alegría!” Todos pudiéramos decir lo mismo, si tan sólo nos detuviéramos a reflexionar. Podemos componer nuestro propio Salmo de alabanza agradecida, y deberíamos recitarlo, muchas veces.
Y si la oportunidad se nos presentara, ¿que podría impedirnos compartirlo con los que nos rodean? La alegría es contagiosa. Hagámoslo cundir.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.