Amor Puro y Duro
(4to Domingo del Tiempo Ordinario: Jeremías 1:4-19; 1 Corintios 13; Lucas 4:21-30)
“Paciente, servicial, no envidioso, no hace alarde”, todas estas cualidades describen un amor que puede ser llamado ternura. Nada podría estar más lejos del “amor puro y duro” que Jeremías necesitará, y que Jesús demuestra a veces.
Encontramos ambas clases de amor a lo largo de las Escrituras (aun en Jeremías) por eso no debería sorprendernos el encontrarlos también en La Salette.
“No tengan miedo” fueron las primeras palabras de María, palabras que se hicieron más tranquilizadoras cuando ella les dijo a Maximino y Melania “hijos míos”. Sus lágrimas, su cercanía a los niños, la manera tan amable con que les recuerda la importancia de la oración – estas y otras cosas hablan de la ternura que ella tiene por los dos niños y por su pueblo.
Más hacia el comienzo de su carta, San Pablo tenía duras palabras para los Corintios por sus incesantes enfrentamientos y para todo aquel “que coma el pan o beba la copa del Señor indignamente”. Es el Capítulo 13 que nos presenta el ideal, un ideal no fuera de nuestro alcance, pero que no se da automáticamente.
Las duras palabras de la Bella Señora tienen que ver con el incumplimiento de la observancia dominical de descansar y de ir a misa, el rechazo a seguir las prescripciones de la Cuaresma, y especialmente el abuso del nombre de su Hijo. Aquí ella usa el “amor puro y duro”.
En Proverbios 13:24 leemos: “El que mezquina la vara odia a su hijo, el que lo ama se esmera por corregirlo”. La disciplina que María usa en La Salette se suaviza con su ternura. Ella quiere que su pueblo vea la urgencia de evitar la vara o, en sus palabras, el fuerte y tan pesado brazo de su Hijo.
Jesús en Nazaret no escondió su descontento cuando aquellos que daban testimonio a favor de él luego se preguntaban en voz alta, «¿No es éste el hijo de José?» (queriendo decir “solamente” el hijo de José). Los reprendió, pero de manera verbal, y luego se alejó de ellos, suficiente castigo por su falta de fe.
Fue el disgusto de su Hijo lo que hizo que Nuestra Señora intervenga en la vida de su pueblo. Ella tenía que hacerles comprender que la manera de evitar el desastre inminente se daba por medio de la conversión. Su amor sirve de modelo para nosotros: “No se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, sino que se regocija con la verdad”. Sobre todo, este es el amor ideal que “no pasará jamás.”
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.