Siempre Bienvenidos
(La Sagrada: Eclesiástico 3:2-6, 12-14; 1 Juan 3:1-2, 21-24; Lucas 2:1-52)
En la Audiencia General del 11 de agosto de 1976, el Papa Pablo VI se dirigió a los padres de familia con estas palabras: “¿Mamás, enseñan a sus hijos las oraciones cristianas?... Y ustedes papás, ¿rezan con sus hijos?” Esto nos trae a la mente lo que María preguntó en La Salette, “¿Hacen bien sus oraciones hijos míos?”
La verdadera oración no se trata únicamente de palabras. Esta crea lazos entre nosotros y Dios; pero no nos olvidemos de que también profundiza el compartir de la fe entre los que rezan juntos. Es esencial en la vida de la familia cristiana, a la que San Agustín y otros Padres de la Iglesia llamarón de “Iglesia doméstica”. El Vaticano II revitalizó esta expresión, y numerosos documentos de la Iglesia la han estado usando desde entonces. (Algunas se citan o parafrasean más adelante).
En la práctica judía, la familia es el primer lugar de adoración. Por medio de su encarnación, el Hijo de Dios “quiso nacer y crecer en el seno de la Sagrada Familia”. José y María le enseñaron a rezar, y a sentirse en casa en el Templo – aunque nunca anticiparon la escena descrita en el Evangelio de hoy.
Los documentos recientes describen a los padres cristianos como los primeros anunciadores de la fe. En la bendición de los padres al finalizar el rito del Bautismo, escuchamos: “Dios todopoderoso, bendice a los padres de estos niños, para que, mediante la palabra y el ejemplo, sean los primeros testigos de la fe delante de sus hijos”.
La Bella Señora sigue llevando a cabo su labor, llamándonos a vivir, así como ella y José y Jesús lo hicieron, honrando a Dios y siendo obedientes a su voluntad.
Como cualquier familia, la Iglesia doméstica es “escuela del más rico humanismo” donde aprendemos valiosos valores familiares. Pero también es diferente. Una familia que vive su fe, recibiendo los sacramentos, rezando y dando gracias, y demostrando santidad de vida por medio de la abnegación y la caridad, puede ser un “islote de vida cristiana en un mundo no creyente”.
El Salmista exclama, “¡Qué amable es tu Morada, Señor del Universo!”. Siempre nos sentiremos bienvenidos en la casa de nuestro Padre. Como una Iglesia doméstica, él a su vez será siempre bien recibido en la nuestra.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.