Dos Evangelios
(Domingo de Ramos: Mateo 21:1-11; Isaías 50:4-7; Filipenses. 2:6-11; Mateo 26:14—27:66)
En la apertura de la liturgia de hoy, escuchamos el relato de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Y luego escuchamos la lectura de la Pasión.
Hay una similitud. En las dos lecturas, Jesús envía a sus discípulos a realizar una tarea (arreglar el transporte, preparar la Pascua) y ellos “hicieron lo que Jesús les había mandado”. (Esto podría hacer que algunos lectores se acuerden de Maximino y Melania).
Los contrastes, sin embargo, son muchos. El “Hosanna” desemboca en “¡Que sea crucificado!”. El “Es Jesús, el profeta”, anunciado por alguien en medio de la algarabía, se convierte en “Este es Jesús, el rey de los Judíos”, el cargo en su contra, colocado en la cruz sobre su cabeza.
Podríamos imaginar ciertas diferencias que no se mencionan. Por ejemplo, parece probable que Jesús haya llorado en el huerto de Getsemaní. En contraste, ¿Cómo visualizar a Jesús reaccionando ante la multitud que gritaba durante su entrada en Jerusalén?
El Siervo Sufriente en nuestro texto de Isaías dice: “El Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento”. Una alentadora, reconfortante palabra se ve aun en medio de la escena de traición. En Mateo Jesús llama a Judas “amigo” ofreciéndole la salvación aun en su más oscuro momento de culpa.
En La Salette, el equivalente es “mi pueblo”. No importa cuán perdido está, María no lo rechaza. “Acérquense, no tengan miedo”. Con esas palabras se dirige a los niños, pero de ningún modo únicamente a ellos.
La Bella Señora nos llama a la sumisión. Jesús es el modelo mismo de la sumisión, callado frente a sus acusadores. En el Evangelio él es “abandonado” y como San Pablo escribe, ”se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz.”.
El mismo texto dice que Jesús recibió “el Nombre que está sobre todo nombre”, valioso para Nuestra Señora, pero ¡ay! no tanto para su pueblo.
Mateo no hace ninguna mención de María en la Pasión, pero el pensar en su sufrimiento me lleva a concluir con las palabras del Memorare a Nuestra Señora de La Salette: “Acuérdate Nuestra Señora de La Salette, verdadera Madre de los Dolores, de las lágrimas que has derramado por nosotros en el Calvario”.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.