Volver a Subir a Jerusalén
(4to Domingo de Cuaresma: 2 Crónicas 36:14-23; Efesios 2:4-10; Juan 3:14-21)
Ciro, el Rey de Persia, respetaba las culturas y las religiones de los pueblos bajo su dominio. Pero él debe haber recibido alguna clase de revelación del Dios de Israel, porque escribió: “El Señor [él usa el nombre YHWH], el Dios del cielo, me ha dado todos los reinos de la tierra”.
El autoriza a judíos en exilio por todo su vasto reino a volver, es decir, a subir a Jerusalén. El Salmo de hoy refleja el tiempo del exilio, y muestra cuán preciosa era Jerusalén para el pueblo de Dios.
El regreso a Jerusalén, es una imagen maravillosamente apta para Cuaresma. El ir implica una meta. El volver significa conversión. El subir sugiere una lucha. La Cuaresma es todo eso.
Comencemos con la noción de lucha. Uno de los dones más grandes que Dios nos ha dado es el libre albedrio. El cual justamente defendemos tanto para nosotros mismos como para los demás. Pero San Pablo nos recuerda hoy que nosotros somos obra de sus manos, “creados en Cristo Jesús, a fin de realizar aquellas buenas obras, que Dios preparó de antemano para que las practicáramos”. Acomodar nuestra voluntad a la voluntad divina tendrá su costo.
El volver, en lenguaje Cuaresmal, es regresar a nuestro Salvador. Un solo ejemplo de la Escritura servirá: “Yo he disipado tus rebeldías como una nube y tus pecados como un nubarrón. ¡Vuelve hacia mí, porque yo te redimí! (Isaías 44:22)
La meta, finalmente, no es un lugar, o una obra. Es el momento – antiguo o reciente – en el que fuimos más conscientes de la verdad enunciada en el Evangelio de hoy: “Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna”. Habiendo redescubierto esto para nosotros, ¿no querríamos acaso que todos en nuestro tiempo también lo supieran?
El mensaje de La Salette contiene todos estos elementos. Algunas cosas son difíciles de entender y de aceptar. Es un llamado a volver a Dios. Nos propone una meta general, y una más específica también.
Como Saletenses, ¿podríamos acaso no encontrar “la buena obra, que Dios preparó de antemano para que la practicáramos” en las palabras de María: “Hagan conocer mi mensaje”?
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.