Multiplicidad de dones
(2do Domingo Ordinario: Isaías 62:1-5; 1 Corintios 12:4-11; Juan 2:1-11)
Terminamos la reflexión de la semana pasada con estas palabras: “Nunca debemos olvidar ni descuidar el don que recibimos en nuestro bautismo”. Las lecturas de hoy nos ayudarán a desarrollar más este tema.
En el capítulo 6 de Isaías, el profeta describió su llamado. Dios preguntó, “¿A quién enviaré?” e Isaías se ofreció: “¡Aquí estoy: envíame!” Hoy en Isaías 62, dice, “Por amor a Sión no me callaré, por amor a Jerusalén no descansaré”. Él era la voz de Dios en medio de su pueblo; siempre atento a la voluntad de Dios, la proclamó fielmente.
Hoy el Evangelio nos brinda el relato de las Bodas de Caná. Debido a que nos enfocamos más en el milagro, normalmente no pensamos en este pasaje en el contexto de la profecía. Sin embargo, podemos ver que María desempeña un rol profético. Reconociendo la voluntad de Dios en las necesidades de los demás, ella no se queda callada. Habla con Jesús. Luego, con palabras que evocan a las de los profetas, les dice a los sirvientes, “Hagan todo lo que él les diga”. Entonces Jesús lleva a cabo el signo profético.
En La Salette vemos la misma dinámica. Como los profetas, María se convierte en nuestra abogada ante el Señor. A nosotros ella nos habla por medio de advertencias – haciéndonos recordar lo que debemos hacer – y por unas promesas – mostrándonos lo que podemos esperar – y a todo añade el persuasivo poder de las lágrimas.
El don de la profecía no se le da a cualquiera. La segunda lectura lo resalta con eminente claridad. San Pablo menciona otros dones más del Espíritu. De hecho, si consideramos la historia de la Iglesia, existen comunidades religiosas cuya vocación es… ¡el silencio!
En el contexto de la multiplicidad de dones, el “no me quedaré en silencio” se convierte en un “no me cerraré al movimiento del Espíritu”. Sea el que fuere nuestro don, debemos darle uso. San Pablo escribe, “En cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común” es decir, para los demás, en la comunidad cristiana, primeramente, y en otros lugares también.
Cuando ponemos nuestros dones al servicio de los demás, estamos haciendo realidad el mandato expresado en el Salmo Responsorial: “Anuncien las maravillas del Señor por todos los pueblos”.
Aceptar la voluntad de Dios significa que el don de la fe recibido en el bautismo encontrará su expresión en otros dones. Así, tal cual es nuestra vocación Saletense.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.