La Elección
(Cristo Rey: 2 Samuel 5:1-3; Colosenses 1:12-20; Lucas 23:35-43)
La mayoría de las Iglesias Católicas no cuentan con una estatua u otra imagen de Jesús sentado en un trono como Rey del Universo. Todas, sin embargo, tienen un crucifijo prominente a la vista de todos, mostrando a Cristo en el momento supremo de su amor por nosotros.
El crucifijo que María llevaba en La Salette es, como muchas veces lo hemos recalcado, el centro de su aparición. Las personas que lo ven por primera vez invariablemente preguntan por el significado del martillo y la tenaza. (Es interesante preguntarles primero qué es lo que creen que significa).
La respuesta más simple es que los niños los describieron como formando parte del vestido de la Bella Señora, no unidos a la cruz sino debajo de sus brazos. Aparte de eso, no hay ninguna interpretación oficial. Sin embargo, la explicación más común, es que el martillo representa al pecado, que golpea los clavos que atraviesan las manos y los pies de Jesús, y que la tenaza simboliza el arrepentimiento, que saca los clavos. En otras palabras, indican una elección.
El evangelio de hoy, también, nos muestra a Cristo crucificado. Colócate en la escena. Escucha los gritos,
“¡sálvate a ti mismo!”. Ten en cuenta que él es uno de los tres criminales que fueron crucificados aquel día. Los otros dos están uno a la derecha y el otro a la izquierda.
Uno de ellos se une a la hostilidad de la multitud. “¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros”. No muestra ninguna compasión por su compañero en el sufrimiento. El otro lo reprende, y luego manifiesta una fe y una esperanza asombrosas al decirle, “Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino”. Estas son las únicas palabras bondadosas dirigidas a Jesús crucificado.
Hay, si te parece, un paralelo entre el crucifijo de La Salette y los dos criminales. Uno, como el martillo, es causa de dolor; el otro, como la tenaza, lo alivia. Nuevamente vemos una elección por Cristo o en contra de él, presentada de manera muy conmovedora.
Jesús responde con una promesa: “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso”. (En La Salette, lo equivalente es la visión profética de abundancia, acompañada con viva esperanza).
Si aquellas personas que se burlaban de él tan sólo hubieran sabido lo que nosotros sabemos, como San Pablo escribe en 1 de Corintios 2:8, “no habrían crucificado al Señor de la gloria”. Habrían entendido que él eligió no salvarse a sí mismo porque nos estaba salvando a nosotros.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.
Temor sin miedo
(33er Domingo Ordinario: Malaquías 3:19-20; 2 Tesalonicenses 3:7-12; Lucas 21:5-19)
Tanto el Profeta Malaquías como Jesús profetizan un tiempo de conflictos. En la primera lectura, “Llega el Día, abrasador como un horno”. En el evangelio, “Un día no quedará piedra sobre piedra”. ¡Una siniestra visión del día del juicio final!
Ambos también ofrecen ánimo a los fieles. “Pero para ustedes, los que temen mi Nombre, brillará el sol de justicia que trae la salud en sus rayos” (Malaquías). “No deberán preparar su defensa, porque yo mismo les daré una elocuencia y una sabiduría” (Jesús).
Aquí encontramos dos términos que aparecen juntos tres veces en el Antiguo Testamento, en el texto muy conocido: “El principio de la sabiduría es el temor del Señor.” Entre los siete dones del Espíritu Santo, la sabiduría está primera en la lista, y el temor del Señor, último.
Es bien sabido que el temor del Señor no significa tenerle miedo a Dios, sino más bien respetarlo tanto que nunca deseemos ofenderlo. En este sentido, la Bella Señora de La Salette dice, “No tengan miedo”, pero luego describe las formas en que su pueblo no teme al Señor.
Aquellos que temen al Señor en el verdadero sentido, están listos para someterse a su voluntad, sin importar como esta se manifieste en sus vidas. Esto puede incluir persecución o una vocación a un servicio generoso, pero al menos significa vivir de tal modo que podamos ser ejemplo para los demás.
En la segunda lectura, San Pablo afirma: “Queríamos darles un ejemplo para imitar”. Específicamente, él quiere que los cristianos ganen su propio sustento en lugar de esperar que otros los mantengan. Pero en 1 Corintios 11:1 hace una afirmación más amplia: “Sigan mi ejemplo, así como yo sigo el ejemplo de Cristo”.
Jesús es, verdaderamente, el modelo superior de temor del Señor. Él “se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz” (Filipenses 2:8). En La Salette, María nos invita a pedir este don del Espíritu Santo.
Pudiera ser imprudente, o aún más, arrogante, decirles a los demás que nos imiten. Y, sin embargo, en cierto sentido, nuestra fe cristiana está inevitablemente a vista de todos. Como dice Jesús en Juan 13:35: “En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros”. Esto también es, temor del Señor.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.
Aguardando con segura esperanza
(32do Domingo Ordinario: 2 Macabeos 7:1-2,9-14; 2 Tesalonicenses 2:16-3:5; Lucas 20:27-38)
Las lecturas de este fin de semana siguen de cerca la Solemnidad de Todos los Santos y La Conmemoración de todos los fieles difuntos (día de las Almas). Por lo tanto parece ser el tiempo propicio para hablar de la resurrección y de la virtud teologal de la Esperanza.
En la primera lectura escuchamos parte del relato de una madre que fue testigo de la tortura y de la muerte de sus siete hijos, antes de ser ejecutada ella misma, por rehusarse a comer cerdo. El cuarto hijo expresó su motivación: “Es preferible morir a manos de los hombres, con la esperanza puesta en Dios de ser resucitados por Él”.
La queja de María en La Salette por la gente que va a la carnicería en Cuaresma contrasta severamente con la fe por la que aquellas personas valientes entregaron sus vidas. Ellas nos inspiran admiración. Sin embargo, ¿hasta qué punto estaríamos dispuestos nosotros a imitarlas en situaciones similares? Nuestra propia razón nos pone en oración para que nuestra fe nunca tenga que ponerse a prueba de semejante manera.
Pablo les recuerda a los tesalonicenses que Dios “nos amó y nos dio gratuitamente un consuelo eterno y una feliz Esperanza”, y “los fortalecerá y los preservará del Maligno”.
En el evangelio, Jesús insiste en la resurrección. Este se refleja en la conclusión del Credo Niceno: “Espero la resurrección de los Muertos y la vida del mundo futuro”.
Es fácil imaginarlo, en La Salette, las lágrimas de la Bella Señora fluyeron de manera más abundante cuando ella habló de los niños de menos de siete años que morirían en los brazos de las personas que los sostengan. Ella sabía por experiencia dolorosa propia, que sus madres sufrirían. Pero si su pueblo se negaba a volver a Dios, ¿dónde encontraría la esperanza necesaria para mirarlos en aquellos momentos de dolor?
El crucifijo que María llevaba brillaba con luz enceguecedora. Pero no nos olvidemos que la cruz, un instrumento de muerte, fue primero y ante todo un medio cruel de prolongar y agravar la muerte por medio de la tortura y de la humillación. Y aun así se convirtió en nuestra principal fuente de esperanza.
Jesús vendrá, como decimos en el Credo, para juzgar a los vivos y a muertos. Que podamos ser hallados esperando en la esperanza segura de la resurrección.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.