P. René Butler MS - 18vo Domingo Ordinario - Signos, Señales y Portentos

Signos, Señales y Portentos

(18vo Domingo Ordinario: Éxodo 16:2-15; Efesios 4:17-24; Juan 6:24-35)

En el ciclo trienal del Leccionario Dominical nos encontramos en el “año B”, en el que predomina el Evangelio de Marcos en los Domingos del Tiempo Ordinario. Pero siempre hay una pausa de cuatro semanas, durante las cuales la Iglesia presenta el “Discurso del Pan de Vida” del capítulo 6 del Evangelio de Juan.

Para hoy tenemos la introducción, un curioso intercambio entre Jesús y el pueblo que había sido alimentado con la multiplicación de los panes y peces. “Maestro, ¿cuándo llegaste?”—”Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse”.

Desde luego, ellos habían visto lo que él hizo, aun así, continuaron indagándole porque querían más – más de lo mismo. Pero ellos no habían visto la señal; habían pasado por alto el significado de aquel acontecimiento.

En la primera lectura, los israelitas en el desierto ansiaban las ollas de carne de Egipto, olvidando las señales y los portentos por los que habían sido rescatados de la esclavitud, y murmuraban, no tanto en contra de Moisés y de Aarón como en contra del Señor su Dios.

En La Salette, Nuestra Señora describe un comportamiento similar. Dos veces ella menciona al pueblo jurando y metiendo en medio el nombre de su Hijo.

Parece que persistía una nostalgia por el pasado entre los cristianos de Éfeso. San Pablo escribe, “es preciso renunciar a la vida que llevaban, despojándose del hombre viejo”. Al menos, ellos necesitaban aprender que una relación personal genuina con el Señor no era compatible con las costumbres de los gentiles, un mensaje que tiene resonancia en La Salette.

La Salette también tiene signos y portentos: La luz, las lágrimas, las rosas, las cadenas, y el crucifijo, el simple atuendo de campesina; y no nos olvidemos de la vertiente estacional que nunca ha cesado de fluir desde septiembre de 1846. También en su discurso, María hace una promesa maravillosa, bíblica en sus proporciones, de abundantes cosechas para aquellos que retornen a Dios.

¿Qué nos hace falta para tener una relación verdaderamente personal con el Señor, que no se base solamente en la obediencia o en nuestras necesidades? ¿Cómo podemos ser tabernáculos dignos de la gracia de Dios? Podemos comenzar viendo los signos de su presencia, y reconociendo las maravillas de su amor, como nos los da a conocer la Bella Señora.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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