Salvados por Gracia
(Cuarto Domingo de Cuaresma: 2 Crónicas 36: 14-23; Efesios 2:4-10; Juan3:14-21)
Creciendo en Nazaret, la Santísima Virgen debió haber aprendido sobre la historia de su pueblo, el pueblo de Dios. Recordando lo que le había pasado a causa de su infidelidad, ella vino a La Salette para advertir a su otro pueblo, entregado a ella al pie de la cruz, de lo que le iba a sobrevenir y por la misma razón.
Dios tuvo compasión de su pueblo, pero el pueblo ignoró su bondad y tuvo que sufrir las consecuencias. Incluso en aquel tiempo, Él no lo abandonó por completo. Después de 70 años en el exilio lo llevó de vuelta a su tierra natal.
A partir de entonces, su pueblo comenzó a tomar en serio la ley de Dios. Aunque con el tiempo esto resultó en el legalismo que nosotros asociamos con los Escribas y los Fariseos, aun así, fue mejor que la situación descrita en la primera parte de la lectura de 2 de Crónicas que leemos hoy.
El Evangelio de Juan dice que Dios mostró su amor por el mundo enviando a Jesús, para que nosotros podamos tener vida eterna. Esto encaja perfectamente con las palabras de Pablo a cerca de la riqueza de la misericordia de Dios y el don gratuito de la salvación.
También encaja con el acontecimiento de La Salette. Las palabras de María y su dulce proceder, la luz que la rodea, su proximidad con los niños – todo refleja lo que Juan dice: “Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por medio de El”
Y también el lenguaje en torno al brazo fuerte y pesado de su Hijo no contradice esta actitud misericordiosa. ¿Porque ella hablaría de ese modo, sino para ponernos de vuelta en el camino recto y evitarnos el castigo que merecemos, para protegernos de la justicia de Dios? Como San Pablo dice, aunque estuviéramos muertos en nuestras transgresiones, Dios todavía tendría un gran amor por nosotros.
Lo único que nos pide es que le retribuyamos ese amor y vivamos en consecuencia. Esta es una forma de sumisión, ciertamente, pero en un nivel más profundo, de gracia. Pensemos en la escena de la Anunciación, en la que María, llena de Gracia, dice: “He aquí la servidora del Señor, que se cumpla en mi según has dicho” El deseo de hacer la voluntad de Dios hace más fácil someternos a ella.
Esto es quizá lo que San Pablo quiere darnos a entender cuando nos dice que hemos sido creados para las buenas obras que Dios nos preparó de antemano, para que vivamos en ellas.
Traducción: Hno Moisés Rueda, M.S.