¿Preparados para la peregrinación?
(19no Domingo Ordinario: Sabiduría 18:6-9; Hebreos 11:1-2, 8-19; Lucas 12:32-48)
Hermanos y hermanas, ¿estamos preparados?
¿Alguna vez has planificado salir de casa a una hora determinada para ir a un acontecimiento especial, sólo para toparte con retrasos de último minuto? Esto puede deberse a causas imprevistas o a nuestra propia procrastinación.
Como se indica en la primera lectura de hoy, los hebreos en Egipto sabían que su liberación estaba cerca cuando celebraban la primera comida de Pascua. En Éxodo 12, se les instruyó comer de prisa, con el bastón en la mano, sandalias en sus pies, y vestidos para viajar. Ellos tenían que estar listos para partir al momento del aviso. Estaban por convertirse en un pueblo peregrino. Su esperanza estaba puesta en Dios.
La Bella Señora de La Salette vino a renovar la esperanza de su pueblo que vivía tiempos de desesperación. Ella no dijo simplemente: “Todo va a estar bien”. Más bien, su mensaje es el del Salmo de hoy: “Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles, sobre los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y sustentarlos en el tiempo de indigencia”.
En el Evangelio Jesús les dice a sus discípulos, “Estén preparados, ceñidos y con las lámparas encendidas. Sean como los hombres que esperan el regreso de su señor, que fue a una boda, para abrirle apenas llegue y llame a la puerta”. No se trata de la segunda venida de Cristo, sino de nuestra disponibilidad para responder a su llamado.
Este mismo espíritu aparece en nuestra segunda lectura. La fe de Abraham es presentada como modelo. En La Salette, María vino para hacer revivir la fe de su pueblo.
Al comienzo del Evangelio de hoy, Jesús instruye a sus discípulos: “Vendan sus bienes y denlos como limosna... Porque allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón”. Él está hablando de caridad. El término tiene dos significados. En el uso común, significa bondad, especialmente con el pobre. En lenguaje teológico, sin embargo, se refiere al amor divino, la más grande de todas las virtudes, derramado en nuestros corazones por Dios. Es nuestro tesoro inagotable.
María no habló de caridad en su Aparición. Más bien, ella manifestó su amor divino por medio de sus palabras, en sus lágrimas, en su ternura hacia los niños.
Nosotros podemos unir nuestros esfuerzos a los de ella. Por ejemplo, cuando rezamos el Rosario, podemos poner en una de las intenciones el aumento de fe, esperanza y caridad, primero en nosotros mismos, y en todos aquellos con quienes caminamos en nuestra senda como peregrinos.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.