La Sabiduría de La Salette
(23er Domingo Ordinario: Sabiduría 9:13-18; Filemón 9-10, 12-17; Lucas 14:25-33)
¿Cuándo fue la última vez que pensaste en Dios en estos términos: omnipresente, omnipotente, omnisciente, que todo lo ve? En ese contexto fácilmente entendemos la pregunta que hace Salomón en la primera lectura de hoy, “¿Qué hombre puede conocer los designios de Dios o hacerse una idea de lo que quiere el Señor?”
La respuesta es simple. Por nosotros mismos, no podemos. Por eso Salomón añade, “si Tú mismo no hubieras dado la Sabiduría y enviado desde lo alto tu santo espíritu”.
De los siete dones del Espíritu Santo, el primero es la sabiduría, que tiene una especial relación con la fe. El P. John Hardon, S.J (1914-2000) lo explicó así: "Donde la fe es un simple conocimiento de los artículos de la creencia cristiana, la sabiduría llega a una cierta penetración divina de las verdades mismas".
Mientras más nos adentremos en la vivencia de nuestra fe, más nuestra fe nos guiará. En particular, Jesús nos habla en el evangelio de hoy acerca de cargar nuestra cruz. Ustedes recordarán que San Pablo escribió, “El mensaje de la cruz es una locura para los que se pierden, pero para los que se salvan -para nosotros- es fuerza de Dios”. (1 Cor 1:18)
Jesús tomó nuestra carne y siguió el camino del Calvario, para enseñarnos que no hay que dejarnos dominar por la carne. Sin la misericordia y la gracia de Dios y la obra del Espíritu Santo, nuestra cruz sería una carga demasiado pesada de llevar.
La Aparición y el mensaje de La Salette se sitúan en esta misma tradición. María lleva el crucifijo sobre su pecho. Ella derrama sus lágrimas por aquellos que están pereciendo debido a su falta fe. Ella nos ayuda a juzgar las cosas del mundo (los signos de los tiempos) a la luz de nuestro más alto fin, nuestra salvación, hacía la que nos acercamos más cuando respetamos las cosas de Dios.
Ella sabe, como se afirma en la primera lectura, que “un cuerpo corruptible pesa sobre el alma y esta morada de arcilla oprime a la mente con muchas preocupaciones”. Ella no es indiferente al sufrimiento y a la ansiedad de su pueblo, pero quiere que miremos más allá. Ella es una Madre sabia.
Estamos llamados a contemplar a Dios. En compañía de María, el don de sabiduría que nos otorga el Espíritu Santo nos guiará aún más cerca del cumplimiento pleno de aquella noble ambición.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.