P. René Butler MS - 31er Domingo Ordinario - Encuentros

Encuentros

(31er Domingo Ordinario: Sabiduría 11:22-12:2; 2 Tesalonicenses 1:11-2:2; Lucas 19:1-10)

Al ir reflexionando sobre las lecturas bíblicas de este fin de semana, la palabra encuentro sobresalía.

Esto es obvio en el relato del evangelio acerca de Jesús y Zaqueo. En la segunda lectura, Pablo y sus compañeros Silvano y Timoteo escribieron, “Rogamos constantemente por ustedes a fin de que Dios los haga dignos de su llamado”. En ambas instancias, el Señor tomó la iniciativa.

La primera lectura no hace mención de individuos, pero la dinámica es la misma. “Tú te compadeces de todos, ... tú amas todo lo que existe, … reprendes poco a poco a los que caen, y los amonestas recordándoles sus pecados, para que se aparten del mal y crean en ti, Señor”.

¿Quiénes somos nosotros comparados con Dios? Sin embargo, Dios todavía ansía encontrarse con nosotros.

En el evangelio, Zaqueo buscaba ver al famoso Jesús que pasaba por ahí. Así que hizo lo que tenía que hacer. Ponte en sus zapatos. ¿Te hubieras llenado de curiosidad? ¿Te hubieras animado a enfrentarte con la multitud, especialmente siendo tan conocido en el pueblo?

Jesús también quería ver a Zaqueo, pero por una razón distinta. Zaqueo nunca pudo haberse imaginado que Jesús se auto invitaría a quedarse en su casa, ¡la casa de un pecador! – como se escuchaba en el murmullo de la multitud. Pero Jesús lo buscó, porque quería tener un encuentro. Este no era un acontecimiento casual. El propósito de Jesús se cumplió: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa”.

No estaba en los planes de Maximino y Melania el ver a una Bella Señora aquella tarde del sábado 19 de septiembre de 1846. Ella los buscó para dejar resonando en ellos un mensaje para su pueblo, para recordarles de su pecado y de la necesidad de abandonar la maldad, y de la necesidad de conversión.

Como miembros de la gran comunidad saletense, nuestro encuentro con la Madre que llora nos ha transformado, pero de vez en cuando necesitamos preguntarnos: ¿todavía escuchamos su fuerte reprimenda? ¿Aun necesitamos aquella advertencia?

No hay razón para tenerle miedo a estas preguntas. Después de todo, todo el mensaje de María comenzaba con, “Acérquense, hijos míos, no tengan miedo”. Ningún daño, sino cosas buenas, resultarán de este encuentro.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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