Frutos de Paz y Justicia
(21er Domingo Ordinario: Isaías 66:18-21; Hebreos 12:5-13; Lucas 13:22-30)
El autor de la carta a los Hebreos da muestras de sentido común cuando escribe, “Toda corrección, en el momento de recibirla, es motivo de tristeza y no de alegría”. ¿Quién de nosotros no ha tenido tal experiencia? Padres, profesores, jefes, y otros tienen la responsabilidad de señalarnos los errores y las fallas, y hacer lo que sea necesario para corregirlos.
La Santísima Virgen se encontró a sí misma en esta posición. Su pueblo necesitaba ser corregido por muchos motivos. Los pecados específicos que ella nombró, lejos de tratarse de una lista completa, consistían en una lista de síntomas que apuntaban a una enfermedad espiritual.
Su propósito era el de presentar un diagnóstico y una cura. La enfermedad era severa, por lo tanto, el tratamiento tenía que ser agresivo, comenzando con una píldora amarga: la sumisión.
En tiempos de los profetas, esto tomó la forma del exilio. Y como no hay mal que por bien no venga, Isaías vio el lado positivo. “Yo les daré una señal, y a algunos de sus sobrevivientes los enviaré a las naciones que no han oído hablar de mí ni han visto mi gloria. Y ellos anunciarán mi gloria a las naciones”. Como resultado pueblos de muchas naciones vinieron hacia el Señor.
En el tiempo del exilio fue cuando el pueblo de Dios regresó a su fe. Desafortunadamente, como leemos en el Evangelio de hoy, Jesús previó un tiempo en que gente de todas partes del mundo entraría el reino de Dios, mientras que su propio pueblo sería expulsado; no sería reconocido cuando buscó ser admitido.
La Bella Señora nos habla de que mejores resultados son posibles para aquellos que toman en serio su mensaje. La disciplina que ella propone, como la mencionada en Hebreos, “produce frutos de paz y de justicia en los que han sido adiestrados por ella”.
Isaías profetizó el retorno de los exiliados a la Santa Montaña de Dios. La frase “Santa Montaña” aparece unas veinte veces en el Antiguo Testamento. Para los Misioneros de La Salette, las Hermanas y los Laicos, la “Santa Montaña” se refiere invariablemente al lugar en los Alpes Franceses donde se apareció María.
En su Santa Montaña ella invita a diferentes clases de exiliados a regresar, no a un lugar en particular sino al Señor mismo, quien santifica cualquier lugar de su elección, donde pueden encontrar frutos de paz y justicia.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.