Perdido. Encontrado. Alegre.
(24to Domingo Ordinario: Éxodo 32:7-14; 1 Timoteo 1:12-17; Lucas 15:1-32)
Hoy la Iglesia nos ofrece todo el capítulo quince del Evangelio de Lucas. Este contiene tres parábolas relacionadas con algo que se había perdido, todo en repuesta a una sola critica de los fariseos y escribas: “Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos”. El tema en cada caso es: Hay “alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta”.
El pecado es evidente también en las otras lecturas. La ira de Dios estalló cuando vio a su pueblo adorando al becerro de metal fundido. Moisés le recordó el juramento que le hizo a Abraham, Isaac y Jacob, y “el Señor se arrepintió del mal con que había amenazado a su pueblo”.
EL Salmo 106:23 resume este episodio de la siguiente manera: “El Señor amenazó con destruirlos, pero Moisés, su elegido, se mantuvo firme en la brecha para aplacar su enojo destructor”. Así han sido entendidas las palabras de María en La Salette – desde el principio –, cuando se refiere al brazo de su Hijo, aunque en el presente varias explicaciones con más matices también se han ido proponiendo.
San Pablo es profundamente consciente de su pecaminoso pasado como perseguidor, y de la misericordia que Dios le ha mostrado. La transformación ha sido notable, y Pablo está deseoso de esparcir el mensaje de que “Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores”. Esto quiere decir que aquellos que reconocen su pecaminosidad pueden confiar en una respuesta misericordiosa. La Bella Señora hace que su pueblo tome conciencia de sus pecados, precisamente en vistas de ofrecerle la esperanza del perdón.
En las dos primeras parábolas, el concepto de pecado no puede aplicarse directamente a una oveja o a una moneda; pero Jesús equipara el ser pecador a estar perdido.
En la tercera, por otro lado, quizá la más valorada de todas las parábolas, se relata en detalle el pecado del hijo más joven, y las profundidades de la desgracia en las que cae. Otra diferencia importante es que el padre no va a buscar al hijo, sino que en su misericordia vigila y espera.
La Santísima Virgen de La Salette no podía esperar más. La urgencia de su mensaje es clara. Su pueblo estaba perdido. Ella vino a encontrarlo, para que este pudiera a su vez encontrarse con su Hijo y ser recibido por él con alegría.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.