Abundancia
(15to Domingo Ordinario: Isaías 55:10-11; Romanos 8:18-23; Mateo 13:1-23)
El P. Paul Belhumeur M.S. es un apasionado de la naturaleza y de la creación. Él es también un ávido jardinero, y entiende la importancia de una buena tierra, y hasta tiene su propia receta todo-natural para ello. Por lo tanto, le pedí que me compartiera sus pensamientos acerca de las lecturas de hoy.
En la primera lectura, el hizo notar la imagen de Dios que habla por medio de la naturaleza y compara la palabra “que sale de mi boca” con la lluvia que convierte en fértil y fructífera a la tierra.
En el Salmo, Dios ha enriquecido la tierra, haciendo que produzca frutos en inimaginable abundancia: “Tú coronas el año con tus bienes, y a tu paso rebosa la abundancia; rebosan los pastos del desierto y las colinas se ciñen de alegría”. En el Evangelio, la semilla es buena, pero necesita la tierra apropiada.
Haciendo la conexión con La Salette, el P. Paul ve la imagen de Dios en la naturaleza arruinada por el pecado; no hay abundancia. Pero la imagen de Jesús resplandece sobre el pecho de María, ofreciendo esperanza.
La versión larga del Evangelio de hoy incluye una cita de Isaías: “El corazón de este pueblo se ha endurecido, tienen tapados sus oídos y han cerrado sus ojos, para que sus ojos no vean, y sus oídos no oigan, y su corazón no comprenda, y no se conviertan, y yo no los sane”.
El mensaje de La Salette es una respuesta ante aquella dureza de corazón. Al usar la imagen del jardín, nosotros podríamos decir que Nuestra Señora hace que su pueblo se acuerde de las herramientas disponibles para el buen cuidado del jardín del alma.
Tenemos los sacramentos. El Bautismo riega la tierra, la Eucaristía brinda los nutrientes para abonarla, la Reconciliación remueve las piedras, las espinas y otros obstáculos.
La Santa Madre Iglesia provee de herramientas adicionales: La adoración, el Rosario, una gran variedad de devociones. Entre otras, no nos olvidemos de las novenas y oraciones a Nuestra Señora de La Salette (al menos un Padre Nuestro y un Avemaría).
Nada de esto nos garantizará una cosecha exuberante, literal o espiritualmente hablando. Eso es obra del Señor. Pero por medio de su gracia podemos preparar nuestra tierra, para que la semilla (la Palabra) eche raíces en nuestras almas, transformándolas en fértiles y fructíferas, al tiempo que hacemos conocer el mensaje de María.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.