Oiré
(19no Domingo Ordinario: 1 Reyes 19:9-13; Romanos 8:1-5; Mateo 14:22-33)
El relato de Elías en la cueva plantea casi como una sorpresa el hecho de que Dios se le haya presentado en el “rumor de una brisa suave”. Después de todo en otros episodios de la vida del profeta, su relación con el Señor tenía mucho que ver con fuego, y al final Dios lo hizo subir al cielo en el torbellino.
No hay manera de predecir cuándo o cómo Dios nos hablará. Pero Elías se puso de pie delante del Señor, a tono con su presencia, listo para escuchar y servir.
La conversión de San Pablo es otro ejemplo de lo que es un encuentro inesperado con el Señor. Mil ochocientos años después, nadie podría haber previsto que Melania Calvat y Maximino Giraud, unos niños sin ninguna instrucción religiosa, escucharían la palabra de Dios por medio de las palabras de una Bella Señora.
El Salmo de hoy describe un sorpresivo encuentro: “El Amor y la Verdad se encontrarán, la Justicia y la Paz se abrazarán”. Vemos cómo todo se entrelaza y se combina, para que la intervención de Dios cumpla su propósito, y el de María también.
Vivimos en un mundo donde la paz parece ser una causa perdida, la verdad ya no es más la verdad. La famosa pregunta de Pilato, “¿Qué es la verdad?” la escuchamos por doquier. Tristemente. La bondad a veces parece estar opuesta a la verdad, especialmente cuando es difícil de soportar. En La Salette, sin embargo, María fue capaz de combinar la verdad de su mensaje con la dulzura de su voz y la ternura de sus lágrimas.
El bien, la verdad, la justicia, la paz: yacen en lo más profundo de nuestro anhelo de estar en armonía con Dios, y en vivir reconciliando vidas. Pero, ¿Cómo logramos alcanzar dicha meta?
En primer lugar, debemos reconocer y aceptar que no hay garantía de éxito. Aun el mismo San Pablo, un fiel siervo de Dios como lo fue, se lamentaba de sus propios defectos. A veces hay un destello de esperanza, pero, al igual que Pedro como cuando caminó sobre el agua, podemos entrar en pánico y escuchar a Jesús diciéndonos, “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?”
Jesús subió a la montaña para orar. La cueva de Elías estaba en la montaña de Dios, el Horeb. La Salette está en los Alpes. Los intensos “tiempos de Dios” a menudo son descritos como experiencias cumbres. Pero, ¿Quiénes somos nosotros para decidir cuándo, dónde o cómo el Señor nos hablará?
Es mayormente en retrospectiva en que reconocemos la voz de Dios. ¿Cuándo fue la última vez que la oíste?
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.