Domingo 19 de marzo de 2017.
(Tercer Domingo de Cuaresma: Exodo17, 3-7; Romanos 5,1-8; Juan 4,5-42
Hay muchas vertientes fluyendo en las montañas alrededor de La Salette; solo una es llamada milagrosa, y lo es por dos razones. La primera, normalmente seca durante el verano, pero desde el 19 de septiembre de 1846, nunca ha dejado de fluir. Y la segunda, un gran número de curas milagrosas han sido atribuidas a sus aguas.
El evangelio de hoy nos habla de un pozo. Sus aguas no eran consideradas milagrosas, y ningún milagro les fue atribuido, pero este pozo fue testigo de un milagro de conversión, no solo de la mujer Samaritana sino de muchos otros del poblado vecino.
La vertiente en el desierto que Dios hizo que fluyera de la roca por medio de Moisés fue una respuesta a las quejas de su pueblo. Ellos fueron demasiado lejos a tal punto de preguntar: “Está el Señor en medio de nosotros o no”.
La Bella Señora hablo con tristeza a cerca de aquellos que no reconocen la presencia del Señor en medio de ellos, de aquellos que juran metiendo en medio nombre de Su hijo. Ella vino para decirnos que el Señor esté verdaderamente en medio de nosotros, es decir, entre nosotros y dentro de cada uno de nosotros. Sus palabras se hacen eco de las que San Pablo escribe, “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones”
Eso es lo que muchos han experimentado en la Santa Montaña de La Salette. A través de lo que podríamos llamar la milagrosa fuente de las lágrimas de María, como también por medio de sus advertencias y ánimos, los peregrinos han llegado a conocer y a encontrarse con el amor infinito de Dios que se hace presente en sus vidas. Se ha dicho muchas veces que los milagros de La Salette, los más verdaderos y profundos tienen lugar en el confesionario.
Una imagen bíblica parecida a de la vertiente es la del torrente, una corriente veloz que viene de las nieves que se funden o de un fuerte temporal. Algunos torrentes de agua son tan violentos que se llevan por delante todo lo que encuentran en su curso.
Esta imagen puede tener un sentido positivo. Cuán difícil es resistirse ante las lágrimas que corren por las mejillas de la Santísima Virgen. Cuán difícil es resistirse al torrente de amor que Dios nos da una vez que nos hemos hecho consientes de él.
La cuaresma es el tiempo perfecto para hacer ese descubrimiento, o para profundizarnos en él. Es un recordatorio, en clave distinta, por decirlo así, del Emanuel. Dios con nosotros, Dios entre nosotros.
(Traducido por Hno. Moisés Rueda MS, Cochabamba, Bolivia)