(Quinto domingo de Cuaresma: Ezequiel 37,12-14; Romanos 8,1-11; Juan 11,1-45)
Tarde o temprano las puertas de la muerte se nos cerraran por detrás, así como le sucedió a Lázaro. En gran parte del Antiguo Testamento, la tumba es la última prisión, el último exilio, estar apartado de Dios. Los muertos “fueron arrancados de tu mano” clama el salmista. “¿Acaso harás milagros por los muertos?” “¿Se levantarán para alabarte?” (Sal 88, 6.11) Sin embargo, por medio de Ezequiel, Dios, usando la imagen de la muerte, promete la liberación del exilio: “Oh pueblo mío, yo mismo abriré sus sepulcros, los haré salir de sus tumbas, y los llevaré de regreso a la tierra de Israel”
“Los que viven sujetos a la carne no pueden agradar a Dios”, escribe San Pablo. Con esto él quiere decir que aquellos que no tienen el Espíritu, aquellos que no tienen vida espiritual, esos viven en un exilio auto impuesto y separados de Dios.
Ellos son el pueblo al cual María llama “mi pueblo”. Su comportamiento demuestra que han rechazado la salvación obtenida para ellos por su Hijo. Ellos mismos se han separado de su pueblo, de “la tierra de los vivientes” (Isaías 53,8). Ellos, “no pueden agradar a Dios”.
La Bella Señora está profundamente preocupada por las consecuencias de esa actitud: ella llora por el hambre que es inminente y, peor aún, por la muerte de los niños. La invitación que ella les hace a Maximino y Melania, “Acérquense”, está destinada a todo su pueblo.
Es en el espíritu de Ezequiel que Nuestra Señora, la Reina de los Profetas, desde su propia iniciativa nos hace una promesa. Hay esperanza, una gran esperanza para su pueblo, “si se convierten”. Su mensaje parafrasea el Salmo 95: “Si escuchan hoy su voz y no endurecen su corazón” lo cual nos trae a la memoria otra promesa de Ezequiel: “Les daré un corazón nuevo, y un espíritu nuevo infundiré en ustedes. “Les daré un corazón nuevo y les infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne.” (Ezequiel 36,26)
La fe de Marta y María es ejemplar. Al contrario de aquellos que endurecen sus corazones y responsabilizan a Dios de sus problemas, ellas continúan creyendo en Jesús, aunque El no haya llegado a tiempo para evitar la muerte del hermano
Jesús nos demuestra que nunca es tarde para poner nuestra confianza en El. María en La Salette nos ayuda a hacer memoria de lo mismo. Nunca es tarde para la reconciliación.
(Traducido por Hno. Moisés Rueda MS Cochabamba, Bolivia)