Desvelando lo Obvio
(Fiesta de la Epifanía: Isaías 60:1-6; Efesios 3:2-6; Mateo 2:1-12)
A veces nos pasa que no vemos lo que está a plena vista, o no notamos lo que está frente a nosotros todos los días. Hace falta otra persona o algún acontecimiento que nos haga abrir los ojos. La Salette es ese acontecimiento, la Bella Señora es ese alguien.
Es un poco la manera en que los estudiosos a los que Herodes consultó para averiguar dónde iba a nacer el Mesías. Eran expertos. Deberíamos pensar que ya lo sabrían, pareciera que encontraron los pasajes más importantes bastante rápido. Pero aparentemente nada estaba más lejos de sus mentes que hacerse tal pregunta. Hacía falta la llegada de los Magos para orientarlos en esa dirección. Fue entonces cuando quedó removido el velo de la palabra de Dios, escondida en Miqueas 5:1 y “Samuel 5:2.
La Madre de Dios vino a la Salette a revelar, es decir, a “des-velar” (retirar el velo) lo que su pueblo ya debería haber estado viendo todo ese tiempo, es decir el lugar de Dios en sus vidas, la voluntad de Dios en sus vidas, el cuidado de Dios para con sus vidas – hasta podríamos decir, el interés que Dios tiene por sus vidas.
El Evangelio de hoy, al igual que la lectura de San Pablo, muestra a Dios extendiendo su salvación más allá del Pueblo Elegido, universalmente. La Salette nos lo muestra, en ese proceso, Dios nunca se olvida o ignora lo que es propio de cada situación. Al recordar el relato del pequeño Maximino y de su padre viendo el trigo arruinado, y luego compartiendo el pan al volver a casa, un momento sin especial importancia, pero recordado por María de todos modos.
Muchas veces me gusta decir que la preocupación de Nuestra Señora con respecto al trigo y las papas y el pan nos muestran que lo que es importante para nosotros es importante para Dios. Al mismo tiempo ella nos llama a responder de una manera que demuestre que lo que es importante para Dios, es importante para nosotros.
“Caminarán las naciones a tu luz”, le dice Isaías a su pueblo. Nosotros, también, individual y colectivamente, somos el pueblo de Dios, y podemos ser una luz, una estrella, para que, si se quiere, por medio de nosotros, otros pueden encontrar su camino (de vuelta) hacia Dios
Así la profecía de Isaías, “Tú entonces al verlo te pondrás radiante, se estremecerá y se ensanchará tu corazón” continuará su cumplimiento. Con María, nosotros podemos ser parte del desvelamiento de la presencia amorosa de Dios, que ha estado allí siempre.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.