Sabiduría, Sumisión, Lágrimas
Vigésimo primer Domingo del Tiempo Ordinario: Isaías 22:19-23; Romanos 11:33-39; Mateo 16:13-10
Las lecturas son a cerca de la autoridad. Un cierto Sobná es reemplazado por Eliacín como jefe del palacio; Simón es establecido como piedra angular de la Iglesia, con el poder de soltar y de atar; y los juicios de Dios no requieren del consejo de nadie.
Desde otra perspectiva, sin embargo, las lecturas tratan menos de autoridad que de la libertad de elegir que tiene Dios. Por qué Dios eligió a Sobná o a Simón, no se explica, pero la Sabiduría y el conocimiento de Dios son profundos y valiosos, y Él sabe lo que está haciendo y porque lo hace. Esto puede ser difícil de captar, especialmente en momentos de tragedia pública o privada. El dicho “es la voluntad de Dios” no siempre puede ser percibido como una explicación satisfactoria. Aun Job y Jeremías parecían esperar que Dios les justifique su modo de tratarlos.
Por lo tanto, no debería sorprendernos, que los agricultores de los alrededores de La Salette se hayan burlado de Dios cuando sus cosechas se arruinaban. Su vida era dura en el mejor de los casos, y para ellos las normas a cerca del descanso y la alabanza dominicales no eran otra cosa que “cuento de viejas”, interesante solamente para unas “cuantas mujeres ancianas que van a Misa” – para usar las palabras de la Bella Señora.
María no siente la necesidad de defender a Dios. Muy por el contrario, nos invita a someternos. La sumisión que ella tiene en vista no es pura pasividad. Es un reconocimiento activo de quien es Dios y quienes somos nosotros, del omnipotente conocimiento de Dios y de su infinita sabiduría.
Este tema no es nuevo con La Salette. Los escritores espirituales por mucho tiempo han usado el lenguaje del “abandono” y del “entregarse” a la voluntad de Dios. Lo que resalta en La Salette es lo que pasa cuando el Pueblo de Dios no reconoce su voluntad, no la acepta ni se somete a ella.
Los desastres naturales, por ejemplo, son exactamente eso: naturales, aunque son a menudo llamados de “actos de Dios”. No toda catástrofe es un castigo. Aun así, el sufrimiento y la infelicidad que muchas veces nos rodean pueden hacer que nos preguntemos a cerca del mundo y de nuestro lugar en él.
María proporcionó una detallada lista de problemas apropiados para el lugar donde ella se apareció: las diversas cosechas estaban mal, y los niños pequeños estaban muriendo. Si ella se hubiera aparecido en nuestro país, ¿Qué desastres y tragedias pondrían llanto es sus ojos hoy?
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.