Uvas agrías
(Vigésimo séptimo domingo del tiempo ordinario: Isaías 5:1-7; Filipenses 4:7-9; Mateo 21:33-43)
Desde tiempos antiguos, en las tierras de Oriente Medio y del Mediterráneo se han cultivado viñedos. Así que no es de extrañar que la imagen de la viña sea algo recurrente en su literatura. Un ejemplo famoso se encuentra en una de las Fábulas de Esopo, “La zorra y las uvas,” que describe la tendencia a menospreciar lo que queremos pero no podemos tener.
La parábola de Isaías a cerca de la viña, usa la misma imagen, pero de un modo muy diferente. Las traducciones varían: Las uvas son silvestres, o amargas, o agrias o hasta podridas. Dios expresa su decepción con los encargados de regir a su pueblo, quienes han fallado a la hora de producir frutos de justicia y juicios justos.
Jesús cuenta su propia parábola de la viña. El problema no está en las uvas, sino en los trabajadores de la viña que se niegan a dar el producto al dueño y hasta le matan a su hijo. Inmediatamente después de este pasaje Mateo hace notar que los Jefes de los Sacerdotes y los fariseos supieron que Jesús estaba hablando de ellos.
En La Salette, prediciendo el hambre venidera, María añade: “Las uvas se pudrirán.” Hablaba de manera literal, pero podría ser considerado simbólicamente, si consideramos la manera de vivir que ella describe en donde su pueblo ha fallado en producir frutos de fe. Ella no alude a los líderes, pero tampoco los excluye.
Ya sea por “uvas verdes” o por otras causas más legítimas, la amargura puede instalarse en el alma. Puede envenenar las relaciones, y está en la base de muchas de las cosas que andan mal en la vida y en la sociedad. Nuestras preocupaciones y deseos egoístas pueden cegarnos ante lo que razonablemente se espera de nosotros como discípulos de Cristo. “Los que conducen las carretas, dice María, no saben jurar sin meter en medio el nombre de mi Hijo… Cuando encontraban las papas arruinadas, juraban metiendo en medio el nombre de mi Hijo.”
San Pablo les advierte a los Filipenses a que no den lugar a la ansiedad, sino a dirigir su atención a lo que es “verdadero, honorable, justo, puro, amable y virtuoso”. Casi siempre, es más fácil decirlo que hacerlo.
Tal vez es por eso que, casi en contraste con su mensaje profético desafiante, Nuestra Señora de la Salette ha llegado a ser conocida como la Bella Señora.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.