Siempre y en toda circunstancia
(Trigésimo domingo del tiempo ordinario: Éxodo 22:20-26; 1 Tesalonicenses 1:5-10; Mateo 22:34-40)
Hace años fui a una boda en la que la pareja compuso sus propios votos. El novio comenzó con la promesa de respetar y apoyar a su esposa, en buenos y en malos tiempos, etc., y concluyó con las palabras: “Todos los días de nuestro amor.”
¡Parecía no darse cuenta de que en sus palabras estaba implicado el hecho de que llegaría el momento en que ya no habría amor entre ellos! El verdadero amor no admite tal pasibilidad. Es “siempre” y en “toda circunstancia” Y el verdadero amor es del que Jesús está hablando en el Evangelio de hoy.
El amor sin límites de Nuestra Señora por Dios y por el prójimo se expresa en La Salette con la palabas, “mi Hijo” y “mi pueblo” lo percibimos en su tierna voz, sus lágrimas, su cercanía a los niños.
Cuando hizo que Maximino recordara la visita a la tierra de Coin, ella demostró la manera en que el amor de Dios nos rodea en todo momento, en todo lugar. Ella quiere que nosotros la imitemos correspondiendo al amor de Dios siempre y en toda circunstancia.
Cuando en el Evangelio de Lucas María le dijo al ángel, “Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mi lo que has dicho” no se trataba de algo solo pare ese momento y lugar, sino en toda circunstancia y siempre. Lo mismo vale para su cantico: “Mi alma proclama la grandeza del Señor. El todopoderoso ha hecho grandes cosas en mi.”
Podríamos preguntarnos a cerca de lo que significa “con toda tu mente” Podríamos pensar que hay una pequeña diferencia entre amar con todo el corazón y con toda el alma; o podríamos pasarnos explorando cada término buscando cambios sutiles de significado. Pero este no es un ejercicio académico. El significado es claro: El amor a Dios y al prójimo es, por su propia naturaleza, “siempre” y en “toda circunstancia”
Los ejemplos abundan entre los santos. San Juan Vianney, el Cura de Ars, escribió un bello Acto de Amor que comienza así: “Te amo, Oh mi Dios, y mi único deseo es amarte hasta el último suspiro de mi vida”. Él verdaderamente vivió esa oración, personalmente y en su ministerio con los demás.
El por qué Dios querría nuestro amor es un misterio. Sin embargo, es tan importante que hizo de ese amor el más grande de los mandamientos. Él no lo necesita; nosotros sí. Y ya que es solamente por medio de su bondad que nosotros tenemos algo para ofrecerle, él lo hace posible.
Sí, nosotros podemos amar realmente a Dios siempre y en toda circunstancia. Verdaderamente.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.