Ella que Llora
(Domingo de Ramos: Isaías 50:4-7; Filipenses 2:6-11; Lucas 22:14—23:56)
El esquema de la Pasión es el mismo en los cuatro Evangelios, pero hay detalles que son únicos en cada uno de ellos. Por ejemplo, Lucas es el único que registra el encuentro con las mujeres que lloran en el camino del calvario. Les dice, “¡Hijas de Jerusalén!, no lloren por mí; lloren más bien por ustedes y por sus hijos.” Una imagen de dolor similar es usada por Nuestra Señora de La Salette; “Los niños menores de siete años se enfermarán de un temblor y morirán en los brazos de las personas que los sostengan”.
Cualquiera que haya perdido un hijo puede entender el peso del dolor que estas palabras evocan. En La Salette María llora, en un sentido, por ella misma y por los niños, su pueblo. Sus lágrimas son una fuente de consolación para nosotros. Son también una invitación renovada de volver al Señor de todo corazón.
Me vienen a la mente otros textos: “Nunca más se escucharán en Jerusalén ni llantos ni alaridos. Ya no habrá allí niños que vivan pocos días ni ancianos que no completen sus años” (Isaías 65:19-20); “El secará todas sus lágrimas, y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó” (Apocalipsis 21:4).
El antiguo régimen del pecado y de la muerte ha sido reemplazado por el nuevo orden de la gracia – de la esperanza, la vida, del amor – por Jesús.
La Pasión de Lucas también incluye tres “últimas palabras” de Jesús que no se encuentran en los otros Evangelios.
La primera es: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. En La Salette, Nuestra Señora nos hace dolorosamente conscientes de nuestras ofensas, pero nos asegura su súplica incesante por nosotros.
La segunda se dirige al criminal confeso: “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso”. La Bella Señora resalta la importancia y los beneficios de la conversión.
Y la tercera es: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Al animarnos a rezar, María nos enseña a adoptar la actitud de absoluta confianza de Jesús.
Ninguna de estas similitudes debería sorprendernos, viniendo de aquella que estuvo al pie de la cruz en el calvario y lloró por nosotros en La Salette.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.