Cuidado con el Tentador
(1er Domingo de Cuaresma: Génesis 2:7-9 & 3:1-7; Romanos 5:12-19; Mateo 4:1-11)
Cuando el celebrante se lava las manos al final del ofertorio, dice, “Lava del todo mi delito, Señor, y limpia mi pecado”. Conforme va entrando en la parte más sagrada de la Misa, se le hace recordar su indignidad con respecto a lo que está por hacer, en lo personal como en el mero hecho de ser humano.
El mismo pensamiento se expresa en al Salmo de hoy, pero se equilibra, si se quiere, con el último versículo: “Abre mis labios, Señor, y mi boca proclamará tu alabanza”. Por la gracia de Dios, nuestra concupiscencia no es un obstáculo infranqueable para una verdadera adoración.
San Pablo nos recuerda que “todos pecaron” cuando “por un solo hombre entró el pecado en el mundo”; pero ese no era el final de la historia. La justificación vino por medio de Cristo. El Autor de la Vida, el que, “modeló al hombre con arcilla del suelo y sopló en su nariz un aliento de vida”, envió a su hijo para restaurar la vida.
Pero antes de entregarse por completo a su misión, Jesús fue tentado. Nosotros podemos fácilmente identificarnos con esta experiencia.
Él triunfó sobre el Tentador, pero no vayamos a suponer que no fue tentado realmente. Jesús era verdaderamente humano, y seguramente sabía lo que era sentirse atraído por la gratificación fácil de sus necesidades, por una prueba de que Dios lo estaba cuidando, por el poder de un Rey.
Cuando admitimos nuestros pecados, reconocemos las tentaciones ante las cuales hemos sucumbido. O, como en la Salette, alguien más podría señalar las maneras en que hemos cedido ante el Tentador.
La Bella Señora habló de las siguientes ofensas: Abusar del nombre de su Hijo; trabajar en el Día del Señor; descuidar la Eucaristía; ir a la carnicería en Cuaresma, “como los perros”. ¿Cuál es la tentación subyacente común a todo aquello?
La respuesta puede encontrarse en Jeremías 2:20: “Hace mucho que has quebrado tu yugo, has roto tus ataduras y has dicho: ¡No serviré!” Las respuestas de Jesús al tentador son una declaración de su deseo de obedecer únicamente al Padre. “Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto”.
Ese es el modelo de cómo resistir la tentación. Pero no esperemos hasta que la tentación llegue. Resistámosla antes. ¡Cuidado con el Tentador, siempre!
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.