Fortaleza en la Debilidad
(14to Domingo del Tiempo Ordinario: Ezequiel 2:2-5; 2 Corintios 12:7-10; Marcos 6:1-6)
A menudo experimentamos nuestras propias lágrimas como signo de debilidad o de vulnerabilidad. Luchamos contra ellas, las escondemos si podemos. En muchas culturas es extremadamente raro que los adultos lloren frente a otras personas, y solamente una tristeza o un dolor intenso pueden hacer que algo así llegue a suceder.
En La Salette, la Santísima Virgen se dejó ver derramando lágrimas. Lejos de mostrar debilidad, esas lágrimas son, sin embargo, uno de los aspectos más fuertes de la Aparición, algo que llama la atención de manera especial.
Cuando estamos en la presencia de alguien que llora, casi siempre queremos encontrar una manera de reconfortar o consolarlo. Pero María dijo, “Por mucho que recen, por mucho que hagan, jamás podrán recompensarme por el trabajo que he emprendido en favor de ustedes. Ante semejantes palabras nosotros mismo nos sentimos impotentes.
Sin embargo, San Pablo nos anima cuando escribe, “Cuando soy débil, entonces es que soy fuerte” En la noción de debilidad el incluye “insultos, dificultades, persecuciones y carencias”, lo que Jesús mismo experimentó volviendo a su tierra y cuando a Ezequiel se le dijo lo que podría esperar como profeta.
Este es el contexto en que San Pablo cita las palabras que le dijo el Señor: “Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad”. En otras palabras, la fuente de nuestra fortaleza no está y no puede estar en nosotros mismos.
Cuando la Bella Señora nos llama a la conversión, resalta la oración y la Misa porque son el mejor medio para recibir del Señor la fortaleza que puede venir solamente de El – la fortaleza para hacer los cambios necesarios en nuestra vida, para aceptar las contrariedades o el rechazo que ello puede implicar. Si confiamos en nuestros propios esfuerzos, fracasaremos.
Lo más difícil para nosotros es rendirnos. No significa abandonar la esperanza, sino darnos cuenta de cuan débiles somos. Es doloroso. Nos puede llevar a derramar lágrimas.
En los confesionarios de los Santuarios de La Salette, a menudo encontramos penitentes que lloran cuando confiesan sus luchas con el pecado. Se disculpan por sus lágrimas, pero uno de nuestros sacerdotes ha aprendido a decirles, “Esto es La Salette, las lágrimas son bien acogidas aquí.”
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.