La Muerte, le Fe, la Vida
(13er Domingo del Tiempo Ordinario: Sabiduría 1:13-15 & 2:23-24; 2 Corintios 8:7-15; Marcos 5:21-43)
El libro de Sabiduría da cuenta de la muerte como un hecho triste de la vida. Nuestra Señora de La Salette entre lágrimas nos trae a la mente la muerte de los niños en las manos de las personas que los sostienen. Nosotros también, entendemos de manera instintiva que esto no es como se suponía que fueran las cosas.
En el Evangelio de hoy dos personas con necesidades apremiantes que se acercan a Jesús. Jairo desesperadamente quiere que su hija viva. La mujer en medio de la multitud había estado enferma durante doce años y quiere vivir una vida normal. Ambos se acercan a Jesús porque creen en su poder para sanar.
Pero la reacción inmediata después de cada uno de los milagros no es la que uno podría esperar. La mujer enferma intenta pasar desapercibida entre la multitud, pero se siente obligada a acercarse a Jesús “temblando de miedo” para decirle “toda la verdad” y sintiéndose culpable. Luego cuando Jesús hace que la niña de doce años se levante, sus padres y unos cuantos discípulos presentes estaban “llenos de asombro” como si no creyesen que aquello fuera posible.
¿Quiere decir esto que la fe que tenían no era sincera? De ningún modo. Era real, pero quizás estaban “esperando contra toda esperanza” (ver Romanos 4:18), como Abraham, modelo de fe. Es por eso que Jesús anima a Jairo: “No temas, basta que creas.”
Cuando la Bella Señora enumeró los males que afligían a su pueblo, lloró también como respuesta a sus sufrimientos. En lugar de acudir a Dios por medio de la fe, su pueblo dejó de lado la esperanza, pronunciando blasfemias cuando debían estar orando.
Las lágrimas de María reflejan las palabras de la Sabiduría, “Dios no es el autor de la muerte ni se goza en la destrucción de los vivientes” Encontramos lo mismo en Ezequiel 33:11, “No me regocijo en la muerte del malvado, sino en que se convierta y que viva.” Ella quiso que su pueblo entendiera que “La ira de Dios dura solo un instante, y su bondad toda la vida” como leemos en el Salmo de hoy.
Cuando estamos abiertos a experimentar la gran bondad de Dios, especialmente en los momentos difíciles, podemos revivir y unirnos al salmista (y a la mujer enferma, y a Jairo) cantando con ellos: “Cambiaste mi duelo en danza; Oh Señor, mi Dios, te daré gracias por siempre.”
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.