Bendita humildad
(30mo Domingo Ordinario: Éxodo 17:8-13; 2 Timoteo 3:14-4:2; Lucas 18:1-8)
En el capítulo 6 del evangelio, Lucas nos da su versión de las bienaventuranzas, en las que Jesús señala como benditos a aquellos que son pobres, sufren hambre, lloran, y son perseguidos.
La primera lectura de hoy nos asegura, “El Señor es juez y no hace distinción de personas”. Luego el autor parece contradecirse a sí mismo, enfatizando que Dios siempre escucha el clamor de los oprimidos, de los huérfanos y de las viudas, y de los pequeños. Sin embargo, incluye entre ellos “al que rinde el culto que agrada al Señor”.
La Santísima Virgen María, que se refiere a sí misma como la humilde sierva de Dios, es el ejemplo más preclaro de entrega en su servicio. En La Salette, ella nos anima a seguir su ejemplo. La palabra que ella utiliza es: someterse.
Con confianza rezamos ante ella y ante otros santos. Sus vidas virtuosas al servicio del Señor permiten que sus voces sean escuchadas en favor nuestro, poniéndose de nuestro lado cuando, como el cobrador de impuestos del evangelio, dudamos en levantar nuestros ojos al cielo, y decir, “¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!”.
Lo que le pedimos al Señor para nosotros mismos, debemos estar listos para dárselo a los demás. Hace unas semanas, una lectura de la Misa cotidiana, de Proverbios, terminaba con estas palabras, “El que cierra los oídos al clamor del débil llamará y no se le responderá”.
En la segunda lectura San Pablo escribe desde la prisión, “Cuando hice mi primera defensa, nadie me acompañó, sino que todos me abandonaron”. Jesús había experimentado lo mismo antes, y muchos otros desde entonces. En nuestro mundo cada vez más secularizado, es posible que nos quedemos solos. Necesitaremos pelear el buen combate, terminar la carrera, y sobre todo conservar la fe.
Cuando vemos a alguien atravesando solo por las pruebas de la vida, debemos ser valientes y ponernos de su lado. Que nuestras palabras y acciones siempre reflejen las palabras del Salmo de hoy. “Bendeciré al Señor en todo tiempo, su alabanza estará siempre en mis labios. Mi alma se gloría en el Señor: que lo oigan los humildes y se alegren”. No nos abandonemos nunca unos a otros.”
Acerquémonos al Señor con esa actitud de mente y de corazón tal que lo haga más dispuesto a escucharnos, no alabándonos a nosotros mismos como el Fariseo, sino en actitud de humildad en su presencia.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.