Redimidos
(Presentación de Jesús: Malaquías 3:1-4; Hebreos 2:14-18; Lucas 2:22-40)
El autor de la Carta a los Hebreos escribe que Jesús “debió hacerse semejante en todo a sus hermanos”. Hay un texto en Gálatas 4:4-5 que apunta en la misma dirección; Jesús “nacido de una mujer y sujeto a la Ley, para redimir a los que estaban sometidos a la Ley”.
El relato evangélico de la presentación de Jesús en el templo refiere dos veces a la Ley, al comienzo y hacia el final. El requisito legal que José y María estaban cumpliendo se encuentra en Éxodo 13: “Conságrame a todos los primogénitos. Porque las primicias del seno materno entre los israelitas, sean hombres o animales, me pertenecen”. En el caso de los animales más pequeños, el primogénito era ofrecido en sacrificio; un asno podría ser rescatado con una oveja.
El texto añade: “También rescatarás a tu hijo primogénito”. Hay que recordar que Moisés estaba guiando al pueblo de Dios hacia Canaán, una tierra donde el sacrificio de niños no era desconocido. Dios prohíbe expresamente tal sacrificio.
Aquí hay una ironía delicada. Jesús, que vino a rescatarnos, ¡debía el mismo ser rescatado! El redentor tenía que ser redimido – ser comprado y había que pagar por él, por decirlo así – “para redimir a los que estaban sometidos a la Ley” como en la cita anterior.
Esto tiene consecuencias en nuestra vida de fe. La Salette puede ayudarnos a entenderlas.
Tenemos que reconocer el don de la redención que ha sido ganado en nuestro favor. La Bella Señora indica los medios para alcanzar dicha meta: la oración, la Eucaristía, la penitencia, el respeto por el Nombre del Señor y por el Día del Señor.
Luego tenemos que darnos cuenta de nuestra propia necesidad de redención. María usa el término “someter”. Requerirá de purificación, un proceso a veces doloroso. En la carta a los Hebreos leemos: “experimentó personalmente la prueba y el sufrimiento”. Y el anciano Simeón le dijo a María en el templo, “a ti misma una espada te atravesará el corazón”. (“¡Hace tanto tiempo que sufro por ustedes!” ella dijo en La Salette.)
Finalmente, como María, debemos acoger al Redentor en nuestra vida. Podemos hacer nuestras las palabras del Salmo de hoy, expresando el deseo de “¡que entre el Rey de la gloria!”
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.