En la Muchedumbre
(13er Domingo Ordinario: Sabiduría 1:13-15 & 2:23-24; 2 Cor 8:7-15; Marcos 5:21-43)
Imagínate estando en medio de la muchedumbre que seguía a Jesús en el Evangelio de hoy. ¿Aprietas y empujas para estar lo más cerca posible al personaje famoso? ¿O dices, “¡me largo de aquí!” y te apartas a un lugar cómodo desde donde puedas mirar tranquilamente?
Todo depende de cómo te sientes en medio de grupos grandes, siendo empujado, con gente que te apretuja por todos lados, como en la escena que Marcos describe. Pero, ¡espera un poco! Como seguidores de Jesús, ¿no deberíamos estar abiertos a la posibilidad de que alguien entre la multitud pudiera necesitar algo de nosotros?
Evitarse molestias no es una característica de los discípulos de Jesús. Al contrario, estamos llamados a estar atentos a las necesidades de los que nos rodean y a responder según nuestras capacidades. A veces podemos sentirnos inclinados a emitir juicios sobre los que pasan necesidad; en un intento de justificar nuestro comportamiento no cristiano.
Por supuesto, encontramos el mejor ejemplo en Jesús. Pero la mismísima Bella Señora de La Salette nos dice que nunca podremos recompensarle como se merece por los esfuerzos que ella hace por nosotros. Pues, ella viene, con la esperanza de resguardar a su pueblo. Su mensaje puede resumirse con las palabras de Jesús a Jairo: “No temas, basta que creas”.
Si hacemos nuestras esas palabras, bien podemos escuchar la voz de Jesús diciéndonos lo mismo que le dijo a la mujer que lo tocó, “tu fe te ha salvado” y, como a la hija de Jairo, “¡yo te lo ordeno, levántate!”
Quizá esta es la experiencia que hace del Sacramento de la Reconciliación algo tan importante en los Santuarios de La Salette. Cuando nos aproximamos a Jesús en la persona del sacerdote, como la mujer en el Evangelio que “le confesó toda la verdad” creemos en aquel poder que sale de él, que nos sana y nos ayuda a caminar en paz.
Esta experiencia también puede moldearnos, para que podamos estar preparados y deseosos de ser tocados por aquellos que necesitan de reconciliación, sanación, conversión y sosiego. De este modo participamos de “la generosidad de nuestro Señor Jesucristo”, de la cual San Pablo escribe en la segunda lectura.
¡Qué manera tan maravillosa de imitar a Cristo y a nuestra Madre Santísima! Vayamos al mundo presente, con la respuesta del Salmo de hoy en nuestros corazones, “Yo te glorifico, Señor, porque Tú me libraste”. ¡Amén! ¡Amén! ¡Amén!
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.