Vida en Cristo, en Unidad
(19no Domingo Ordinario: 1 Reyes 19:4-8; Efesios 4:30-5:2; Juan 6:41-51)
Elías era un profeta poderoso y exitoso. Pero entonces, es extraño escucharlo en la primera lectura, deseando la muerte y exclamando, “¡Basta ya, Señor!”
No hay entre nosotros muchos que pedimos la muerte, pero a veces nuestra oración es: “¡Basta ya, Señor!” Puede parecernos que los tiempos en que vivimos son más difíciles para nosotros que para las generaciones anteriores; somos testigos de la amargura, los arrebatos, la ira, los gritos, los insultos y toda clase de maldad.
¿Suena familiar esta lista? Debería, porque está tomada de la segunda lectura de hoy, escrita hace más de 1950 años. Siempre han existido actitudes y comportamientos que impiden a los cristianos tener una relación con Dios amorosa y llena de fe.
Es bastante malo cuando la negatividad se dirige contra los demás, a quienes percibimos como enemigos. Vemos esto en la murmuración de aquellos que desaprobaban la afirmación de Jesús de haber bajado del cielo.
Pero es peor cuando la amargura se enfoca en contra de Dios. María, en La Salette, habló de la falta de respeto por el nombre de su Hijo, y del abandono general de la práctica de la fe. Hasta Maximino y Melania tuvieron que admitir que casi nunca rezaban.
La oración es la solución. Dios escuchó la oración de Elías, no quitándole la vida sino dándole fortaleza. La oración privada es efectiva. La de la comunidad cristiana lo es aún más. Hoy en el Salmo escuchamos, “Glorifiquen conmigo al Señor, alabemos su Nombre todos juntos”.
Cuando participamos juntos en la Eucaristía, y “gustamos y vemos qué bueno es el Señor”, no solamente nos escapamos, al menos por un rato, de la injuria y la malicia del mundo que nos rodea, sino que buscamos sanarnos de esas mismas faltas que hay en nosotros mismos. Entonces, como Elías, “fortalecido por ese alimento” podemos esperar cultivar una actitud comunitaria a nuestra vida de todos los días.
En este sentido, el mensaje de La Salette de conversión y reconciliación es una expresión de las palabras de San Pablo: “Traten de imitar a Dios, como hijos suyos muy queridos. Practiquen el amor, a ejemplo de Cristo, que nos amó y se entregó por nosotros”.
Un ángel de Dios despertó a Elías y le proveyó de comida. La Bella Señora hizo despertar a su pueblo y lo condujo hacia el Pan de Vida, la carne de su Hijo, ofrecida “para la vida del mundo”. Sin él no podemos vivir verdaderamente.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.