Nunca Solos
(27mo Domingo Ordinario: Génesis 2:18-24; Hebreos 2:9-11; Marcos 10:2-16)
Dios creó al hombre a su imagen, según su semejanza. En la lectura del Génesis de hoy, las palabras del hombre, “hueso de mis huesos y carne de mi carne” contiene el mismo significado. Una profunda conexión interior es la base de una sana intimidad.
Dios habita en una misteriosa unidad a la que nosotros llamamos Trinidad. En el prólogo del Evangelio de Juan, leemos: “Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios”. Por lo tanto, él ya lo sabía que “No conviene que el hombre esté solo”, y creó la mejor compañía posible para él.
En el Evangelio de hoy, Jesús dice que la ley permitió el divorcio “debido a la dureza del corazón de ustedes”. No era de ningún modo algo que Dios tenía en mente en Génesis.
La Bella Señora vino llorando a La Salette, porque su pueblo había endurecido su corazón. Por sus palabras y acciones ellos habían creado una brecha tan grande entre ellos y Jesús, que ¡podríamos llamarlo divorcio! Pero a pesar de aquello, como vemos en la segunda lectura, él desea tener una relación personal con nosotros, tanto que estaba dispuesto a rebajarse y hasta morir por nosotros.
No es bueno para nosotros separarnos del amor de Dios. Esta verdad está en el núcleo mismo del mensaje de La Salette. Y como saletenses podríamos añadir, “Si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y el amor de Dios ha llegado a su plenitud en nosotros” (Aclamación del Evangelio). Con María como nuestra guía, podemos desarrollar relaciones interpersonales basadas en el amor, conforme vivimos nuestra fe católica e intentamos ser un ejemplo vivo del mensaje de conversión y reconciliación.
En la primera lectura, el hombre dio nombre a todas las creaturas que Dios hizo como posible compañía para él. Esto implica cierto poder sobre ellas. Cuando le ponemos nombre a un niño, o hasta a una mascota, los reconocemos como nuestros. Al mismo tiempo, sin embargo, establecemos una relación con aquello que nombramos. Así también con todo lo que Dios ha creado.
Al final del Evangelio de hoy, Jesús recibió a los niños. “Los abrazó y los bendijo, imponiéndoles las manos”. Que siempre podamos experimentar su cercanía amorosa y le dejemos poner sus manos traspasadas por los clavos sobre nosotros mientras buscamos perfeccionar nuestra relación interpersonal de amor con él, y nunca separarnos.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.