Acoger la Palabra de Dios
(16to Domingo Ordinario: Génesis 18:1-10; Colosenses 1:24-28; Lucas 10:38-42)
“Él es a quien proclamamos, aconsejando a todos y enseñando a todos la verdadera sabiduría, a fin de que todos alcancen su madurez en Cristo”. Tres veces Pablo escribe: todos. Las traducciones pueden variar, pero eso es lo que dice el texto griego original.
¿Por qué tanta insistencia? Porque nadie debe ser excluido de escuchar la Buena Nueva. Todos deben tener la oportunidad de creer y de perseverar en la fe, “como una ofrenda santa, inmaculada e irreprochable”, tal como Pablo escribe en el versículo 22 del mismo capítulo.
Esta misma idea queda plasmada de alguna manera en el relato evangélico sobre Marta y María.Escuchar la Palabra de Dios es “la mejor parte”, lo prioritario. Algo que a nadie se le puede impedir hacer.
Como ustedes saben, Nuestra Señora de La Salette también puso énfasis a sus palabras finales repitiendo, “Bueno, hijos míos, háganlo conocer a todo mi pueblo”. En una ocasión le preguntaron a Melania sobre cómo ella entendía esa expresión. ¿Se refería solamente a la gente de los alrededores? Ella respondió, “yo no lo sé… Todos, supongo”.
Ella estaba en lo correcto por supuesto. Hoy las palabras de María se conocen en todas las esquinas del globo.
La Bella Señora tenía algo importante para contarles a los niños. Por lo tanto, les invitó a acercarse a ella. El temor que ellos tenían se desvaneció y, atraídos por aquella luz, estaban preparados para escuchar la gran noticia. “Bebíamos sus palabras”, dijeron.
La Salette tiene sus opositores. Es una pena, pero nadie está obligado a creer en las apariciones. Lo que es triste, sin embargo, es que en todas las épocas aparecen aquellos que tratan de impedir que el Evangelio sea predicado. Pablo mismo fue puesto en prisión. Desde allí escribió, “Acuérdate de Jesucristo, que resucitó de entre los muertos y es descendiente de David. Esta es la Buena Noticia que yo predico, por lo cual sufro y estoy encadenado como un malhechor. Pero la palabra de Dios no está encadenada”.
La hospitalidad (tal como la vemos hoy en Génesis y Lucas) significa acoger a los demás con calor y generosidad. Si nuestra vida cristiana refleja esta actitud hacia todos, si, como María, invitamos a todos a ‘acercarse’, tal vez les ayudemos a recibir la Palabra también.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.