El Don de las Lágrimas
(Pentecostés: Hechos 2:1-11; 1 Corintios 12:3-7 y 12-13; Juan 20:19-23)
San Pablo escribe: “Hay diversidad de dones, pero todos proceden del mismo Espíritu”. En los versículos omitidos (8-11) de la segunda lectura, nos da ejemplos de aquello, y, más tarde en el mismo capítulo, advierte a cada uno de los cristianos en contra de que vayan a pensar que los propios dones sean mejores que los de los demás.
Sin embargo, si miramos a muchos de los más grandes escritores espirituales que nos dejó la historia, hay un don que está ausente en la lista de Pablo: el don de las lágrimas.
En la Biblia, las lágrimas y el llanto se presentan a menudo como un desahogo de dolor, de remordimiento o de súplica. Sin embargo, la experiencia universal nos enseña que las lágrimas también proveen alivio a una gran variedad de otras emociones, incluyendo la alegría, la gratitud, el asombro. Todos tienen una cosa en común: un sentimiento intenso.
Debemos tener presente esto cuando pensamos en nuestra Madre llorando. Pensar en su dolor cuando se quejó por la ingratitud de su pueblo y lo confrontó con su pecado, y especialmente cuando ella dijo, “Por más que recen, hagan lo que hagan, nunca podrán recompensarme por el trabajo que he emprendido en favor de ustedes”.
Sus lágrimas también dejaron ver la infinita ternura de una Madre, al hablar de la muerte de los niños, de la hambruna inminente, de la grieta de separación entre su pueblo y su Hijo.
Aquí déjenme mencionar algunas excepciones notables a lo que escribí más arriba acerca de las lágrimas en la Biblia. Cuando Jacob y Esaú se reencontraron después de años de alejamiento, se nos dice que: “Esaú [el perjudicado] corrió a su encuentro, lo estrechó entre sus brazos, y lo besó llorando” (Gen. 33:4). El mismo lenguaje se usa para la reunificación de José con sus hermanos (Gen. 45:14-15), y con su padre (Gen. 46:29).
En nuestra lectura de San Pablo, la palabra griega para “don” es charisma. A menudo decimos que el “carisma” de La Salette es la reconciliación. El Evangelio de hoy nos ofrece ese don, en las palabras de Jesús a sus Apóstoles: “Reciban al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen”.
Si las lágrimas de María pueden conducirnos a descubrir el inmenso amor de su Hijo por nosotros, y su anhelo de reconciliación con nosotros, y si nosotros podemos retribuirlo en plenitud, entonces ¡Qué gran don constituyen aquellas lágrimas!
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.