Quédate con nosotros, Señor.
(Santísima Trinidad: Éxodo 34:4-6 & 8-9; 2 Corintios 13:11-13; Juan 3:16-18)
“Si quiero que mi Hijo no los abandone, tengo que encargarme de rezarle sin cesar”. Las palabras de la Bella Señora reflejan la situación de Moisés en nuestra primera lectura, del libro de Éxodo.
Esta no es la primera vez que él ha dirigido sus súplicas a Dios para que no abandone a su pueblo. El Salmo 106 resume la situación: Entonces “El Señor amenazó con destruirlos, pero Moisés, su elegido, se mantuvo firme en la brecha para aplacar su enojo destructor”.
No nos sorprende el darnos cuenta de que Dios continua, hasta el día de hoy, perdonando a su pueblo (con o sin castigo). El escogió a Abraham y a sus descendientes y les hizo promesas que tiene la intención de mantener. Juan lo plantea de manera maravillosa: “Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna”.
El amor y la intimidad van juntos. Los amigos comparten secretos, cado uno entrando gradualmente en el misterio del otro. Así sucedía con Dios y Moisés. En Éxodo 3, Dios le reveló a Moisés su Nombre Misterioso – Nombre que no debe nunca ser tomado en vano.
Para los cristianos el nombre de Dios en la Santísima Trinidad es Padre, Hijo y Espíritu Santo. No podemos entender este misterio adecuadamente, pero aquello no nos impide adentrarnos en él. San Pablo escribe: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo permanezcan con todos ustedes”.
Moisés invoca en oración una bendición similar: “Si realmente me has brindado tu amistad, dígnate, Señor, ir en medio de nosotros”. Esta escena es una corroboración de lo que está escrito en el capítulo previo (Éxodo 33:11): “El Señor conversaba con Moisés cara a cara, como lo hace un hombre con su amigo”.
He visto, en una capillita privada, un vitral que presenta una imagen única de Nuestra Señora de La Salette. Ella está arrodillada ante su Hijo Jesús. Él está sentado, sosteniendo un cetro en forma de cruz en su mano izquierda, mientras que su mano derecha está levantada y bendiciendo, su mirada es amorosa y llena de paz.
En este solemne y al mismo tiempo sencillo encuentro, podemos imaginar su oración, casi con las mismas palabras de Moisés: “Es verdad, este es un pueblo obstinado; pero perdona su culpa y su pecado, y conviértelo en tu herencia”.
Santísima Trinidad, único Dios, ¡quédate siempre con nosotros!
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.