El Dominio
(Trigésimo Domingo del Tiempo Ordinario: 2 Reyes 4:8-16; Romanos 6:3-11; Mateo 10: 37-42)
¿Has notado cuántas veces San Pablo hace referencia a la muerte en la segunda lectura? Yo pude contar unas 10 veces. También menciona el pecado, dos veces. Su tema central, no obstante, es hablar de la vida, de la cual hace referencia explícita muchas veces.
Todos estos elementos se juntan en la última oración: “Considérense a ustedes mismos como muertos al pecado y viviendo para Dios en Cristo Jesús”
El contexto es el Bautismo, en el cual nosotros morimos con Cristo para que podamos vivir con él. La muerte ya no tiene dominio sobre él ni sobre nosotros, tampoco el pecado.
Aquello supone que somos fieles a nuestros compromisos bautismales. De los cristianos bautizados siendo bebés se espera que en algún momento ratifiquen por su propia cuenta la profesión de fe que un día alguien más hizo en nombre de ellos.
Pero la experiencia nos enseña que esta fidelidad no debe darse por hecha, que esta ratificación de ningún modo está garantizada.
Ese fue el motivo que hizo que María viniera a La Salette. Ella pronunció algunas palabras desafiantes, pero no tanto como aquellas que encontramos en el Evangelio de hoy. Jesús pide de nosotros una lealtad absoluta y total. Tenemos que cargar con nuestra cruz. Ese es el precio del discipulado.
No debe sorprendernos el hecho de que muchas personas no están dispuestas a aceptar este pedido, tanto hoy como en el mundo grecorromano y asiático donde el Evangelio fue predicado, primeramente.
En la Salette, Nuestra Señora siente pesar por la situación en la que su pueblo ha caído, materialmente y espiritualmente; ella no soporta ver el dominio del pecado y de la muerte sobre la vida de ese su pueblo. Ella llora porque han perdido el respeto por su Hijo y por las cosas de Dios. El Bautismo ya no tiene ningún valor para ellos.
Pero también muestra determinación. Ella no se quedará tranquila dejándoles sufrir las consecuencias del pecado.
Sobre su pecho lleva un Cristo crucificado, para que nos acordáramos de aquel que murió por nuestros pecados y que hizo tanto para que de verdad nosotros podamos vivir. El costo del discipulado no puede compararse con el precio que Jesús pagó para salvarnos.
Cuál dominio habremos de elegir: ¿El de Cristo o el del pecado?